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Una tregua nuclear plagada de vericuetos y de incertidumbres

domingo, 24 de noviembre de 2013
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Reuters

Dos parecen las claves que explican porqué se ha desbloqueado un diálogo que llevaba encallado desde 2005, año en el que el régimen que gobierna con poderes absolutos el ayatolá Alí Jameneí decidió dinamitarlo y obstaculizarlo. 

La primera, la critica situación por la que atraviesa la economía persa, asfixiada por unas sanciones que han agudizado los problemas estructurales que sufre su rica industria petrolera y que, sobre todo, han obstruido el acceso de la República Islámica al crédito internacional y aumentado de forma alarmante la desigualdad social. 
Como se pudo comprobar con la brutal represión de las protestas populares contra la reelección del anterior presidente, Mahmud Ahmadineyad, en 2009, el régimen iraní parece ahora más preocupado por el posible estallido de una revuelta interna -similar a las denominadas primaveras árabes- que a un eventual ataque exterior. 

Cuatro años atrás, la economía ya boqueaba -con una inflación no oficial superior al 30 por ciento y tasas de paro superiores al 20 por ciento entre una población joven con acceso únicamente a un mercado laboral precario- pero la situación no era desesperada. 

La producción de petróleo -lastrada por una tecnología obsoleta y la sustitución de las empresas multinacionales occidentales por gigantes chinos e indios no interesados en invertir para modernizar- había caído, y aunque el coste de la extracción se había multiplicado, aún superaba los tres millones de barriles diarios. 
El mercado de crédito estaba ya restringido, pero Irán aún podía comerciar y financiarse a través de los canales bancarios abiertos en las monarquías del golfo Pérsico, aunque para ello debiera hacer frente a pagos en metálico con un plus añadido. 

Pero una combinación entre el endurecimiento de las medidas punitivas promovido por Washington y la fallida reforma económica de Ahmadineyad -centrada en la privatización de los servicios y la supresión de los subsidios a productos básicos- ha terminado de hundir una economía que a finales de 2013 camina en el alambre. 

El acceso de Irán a 4.200 millones de dólares -una condición del actual acuerdo que ha pasado casi desapercibida- supone un pequeño salvavidas para un régimen que, con la revolución de 1979 aún en la memoria, teme más al desabastecimiento de los mercados que a las bombas aliadas. 

La segunda clave está relacionada con el convencimiento de Teherán de que su controvertido programa nuclear es irreversible y no importa demasiado ponerle freno, una vez conseguido el objetivo esencial: el dominio completo del ciclo nuclear y la adquisición de la tecnología necesaria para el enriquecimiento. 

Expertos y analistas coinciden en subrayar que una vez lograda la competencia para enriquecer uranio al 20 por ciento, elevar este proceso al 90 por ciento -el porcentaje necesario para alimentar una bomba- es un paso sencillo y rápido, que solo demanda una cifra mayor de centrifugadoras. 

Los mismos entendidos apuntan a que el esfuerzo diplomático no debe centrarse ya en el enriquecimiento sino en el programa de misiles balísticos que Irán desarrolla a marchas forzadas, y que le podría permitir ensamblar ojivas y lanzarlas en un futuro cercano, tecnología de la que actualmente se cree que carece. 

En este sentido, uno de los principales logros del actual acuerdo es la obligación de que Irán interrumpa sus trabajos en el reactor de agua pesada de Arak, ya que esta instalación solo se entiende si la meta es desarrollar plutonio para la proliferación. 

En el plano internacional, la tregua se entiende como la estrella que el presidente estadounidense, Barack Obama, perseguía para su currículum en política exterior, aunque todo apunta a que la factura de la misma puede ser onerosa. 

Sobre todo si en seis meses la tregua no se convierte en un pacto sostenible. 

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, partidario de la hostilidad con Irán y con quien Obama nunca ha conectado, ya ha señalado que considera el acuerdo "un error histórico" y advertido de que "no compromete", a su país. 

Netanyahu tampoco está muy convencido del proceso de paz con los palestinos que el presidente norteamericano trata de revivir, como ya ha dejado entrever con su política de extensión de los asentamientos. 

Diplomáticos en la zona señalan que, tras el acercamiento a Irán, el actual Gobierno israelí podía responder con nuevos obstáculos en este frente. 
Una situación similar se podría dar, igualmente, en el conflicto sirio, ya que una de las claves para resolverlo está vinculada al papel que desempeñan Qatar y Arabia Saudí, dos aliados cruciales de la Casa Blanca a los que tampoco les gusta la tregua. 

Al igual que Israel, la monarquía saudí, principal socio petrolero de EEUU en la región, advierte en público que un Irán nuclear desatará una carrera armamentística en la región, aunque en privado no esconde su miedo al ascenso de un competidor en el mercado del crudo.

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