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Así es la vida en una Venezuela con una economía de país en guerra

domingo, 2 de agosto de 2015
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El Colombiano

Pero nada más alejado de la realidad, cuando los venezolanos viven presos de una economía plagada de problemas: se levantan con la angustia de unos bolívares que cada vez valen menos, mientras los productos básicos cuestan cada vez más y conseguirlos puede tomar desde horas y hasta días para terminar pagando tres y cuatro veces por encima de su precio “oficial”.

La inflación galopa desenfrenada, como la devaluación del bolívar que de fuerte, cuando le quitaron tres ceros, ya no tiene nada: hoy se cambia por cinco pesos en la frontera con Cúcuta y un apetecido billete de dólar se cambia por 663 bolívares en el mercado negro.

Mientras Nicolás Maduro habla por televisión que hay una “guerra económica” contra Venezuela, en las calles de Mérida, una ciudad a cinco horas de Cúcuta, lo rectifican por igual los pobres y los ya menos pobres que fueron de la clase media: “vivimos en una economía como si el país estuviera en guerra”, lamenta un funcionario, que vive las “verdes y las maduras” para conseguir leche a su niña, que acaba de cumplir un año.

Las cosas ya valen tantos billetes, el de mayor denominación es de 100 devaluados bolívares, que las billeteras de bolsillo se cambiaron por carteras, y ya se venden cajas de “clips billeteros”, y cómo no: una cuenta en un restaurante de Mérida para seis personas que costó 8.000 bolívares (40.000 pesos) se tuvo que pagar con cuatro fajos de billetes.

Eso en pesos es poco, pero es demasiado cuando el salario mínimo es de solo 7.421 bolívares, pírricos 37.105 pesos, equivalentes a un 6 por ciento de igual pago en Colombia. Y eso que Maduro decretó tres incrementos en menos de seis meses.

En esas condiciones, los 30,8 millones de habitantes, incluidos los 5,6 millones de colombianos que dice el gobierno bolivariano que viven en el país vecino, parece que entraron en un trance de adaptación en que se acostumbraron a vivir.

Tanto “rojos”, apodo de los oficialistas, como “escuálidos”, rótulo para opositores, asumieron con resignación que ya es normal hacer una fila de dos horas en un cajero u otra bajo el sol y la lluvia a la espera de que un camión, sin saber de qué está cargado, para comprar lo que ya tienen, pero que después escaseará.
Multiplicación de los precios

Y cómo no, si al tiempo que la inversión privada huye, cuando no es expropiada, los precios suben como espuma: un “cartón de huevos” que el domingo pasado costaba 500 bolívares, al martes ya se vendía a 600, pero los mismos 36 huevos hace un año valían solo 80.

Y siga con el impagable mercado básico para quien gana un mínimo: un rollo de papel higiénico hoy no se consigue por menos de 1.300 bolívares, cuando en julio de 2014 costaba 120. Un kilo de carne que para entonces se conseguía a 180 bolívares, hoy no baja de 920; la harina-pan, para la infaltable arepa en la dieta venezolana hoy vale 48 bolívares, cuatro veces más que 12 meses atrás, y la lista sigue. Por eso en muchas familias humildes los regalos de Navidad son una bolsa de mercado

El control de precios instaurado por el chavismo desde 2003 hace aguas en tiempos de Maduro. En cambio, de mano de la corrupción y los sobornos florecen los “bachaqueros”, como se conocen a los revendedores informales, que dejaron su trabajo para suplir desde la ilegalidad cuanto es indispensable para una vida digna.

Sea por Facebook, Twitter o WhatsApp, sacan sus ofertas con precios prohibitivos que la necesidad hace pagar. Si el tarro de leche para bebé vale 700 bolívares a precio oficial, lo venden a 1.300.

Entonces en un hogar, en un bar, en una esquina, no falta la conversación sobre uno u otro sitio dónde conseguir jabón de baño, una cuchilla de afeitar, un “caucho” (llanta) o repuesto para el carro.

Y con tanta escasez, no hay dieta balanceada que resista: “si solo se puede conseguir harina para arepas, queso, embutidos, mayonesa, gaseosa, pues la gente cada vez se pone más gorda, y a eso súmele el sedentarismo, porque todo el mundo se mueve en carro, porque la gasolina es lo único barato”, lamenta una colombiana que se fue años atrás en busca de un “sueño venezolano” convertido en pesadilla cotidiana.

Y es cierto, lo único barato en Venezuela es la gasolina: 37,4 céntimos por galón (187 pesos), pero tampoco alcanza. De camino a Mérida, se ven orillados a lado y lado kilométricas filas de carros y camiones que esperan tanquear al amanecer, según las restricciones en estados de frontera, para evitar un invencible contrabando del combustible hacia Colombia, también con complicidad de la Guardia Nacional, como asegura un taxista.

Y así, transcurre la vida en una Mérida que fue la tacita de plata de Venezuela, de donde huye el capital privado, donde los parques bellos de antaño acumulan bolsas de basura, donde la inseguridad pulula en las esquinas. “Éramos felices y no nos habíamos dado cuenta”, comenta otro funcionario con resignación en una Venezuela que colapsa cada día.

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