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ECONOMÍA

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viernes, 29 de enero de 2016
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Piketty nos relata cómo decidió abandonar el autismo académicoma temático del Ivy-League de Estados Unidos y regresar tempranamente a la academia francesa (págs. 31ss), mucho más aterrizada y relevante que la norteamericana en estos temas de distribución el ingreso. Sin embargo, Piketty (a sus actuales 44 años) aún no ha dado el paso crucial de vincularse al servicio público francés para aprender sobre recomendaciones de política económica que resulten más elaboradas y sensatas que la simple propuesta de “regresar” a tributaciones como: i) tasas marginales del 60%-70% para los ingresos personales más elevados (similares a las que estuvieron vigentes en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia durante 1960-1980, ver págs. 499ss); ii) tasas hasta del 10% sobre la riqueza neta en activos que superen el millón de euros (pág.517); o iii) tasas del 50%-80% (cuasi confiscatorias) sobre las altas herencias (pág.503), todas ellas como supuestas soluciones a la prolongada disparidad de los ingresos y de la riqueza.

Lo positivo es que el propio Piketty es consciente de su ingenuidad al respecto, pues en diversas entrevistas ha aceptado que esa recomendación es impracticable (… aun en Francia). A Piketty le quedan como otros seis años para incursionar en la política y así llegar curtido como tecnopolítico a ser Ministro de Hacienda de Francia, por allá a sus 50 años. Para entonces deberá haber aprendido sobre complejos manejos fiscales por el lado del gasto; en este frente cabe destacar que Piketty concuerda con la sensata idea de elevar la edad de pensión y entrar a moderar los gastos operativos del Estado, que son particularmente altos en Francia. Piketty también deberá aplicarse en materia de entender mejor los vasos comunicantes entre lo fiscal, lo monetario y lo cambiario, todos temas menos entretenidos que hacer recuentos históricos sobre el pensamiento económico de Young (1792), Ricardo (1810) o Marx (1845).

En este sentido, tengo un doble sentimiento frente a la “magna obra” que intentó Thomas Piketty, tras 15 años de arduo trabajo, sobre los temas de crecimiento, acumulación del capital y sus efectos distributivos durante los últimos 200 años. Mi sentimiento positivo proviene de su gran capacidad de síntesis-analítica, de su pedagogía sobre temas complejos e importantes, su rigurosidad histórica y buen tratamiento de los datos. Pero también me quedo con un sentimiento “anticlimático” en materia de recomendaciones de política, donde es notoria la falta de experiencia de Piketty con el mundo real, particularmente en lo tributario.

Este contraste entre sus planteamientos académicos rigurosos y su ingenuidad sobre el mundo real-práctico también ha sido referenciado por otros economistas con reconocidas trayectorias. Por ejemplo, el excelente análisis de Frankel (2014) sobre la obra de Piketty enfatiza la importancia de buscar más igualdad socioeconómica y de “oportunidades” a través de mejorar la educación y la salud de los más pobres, no simplemente incrementando las tasas marginales de gravamen. Este enfoque de Frankel derrumba la errada idea de que “la mejor forma de redistribuir el ingreso es a través de la progresividad tributaria”. Dicha progresividad tributaria es “un elemento” clave de las mejores democracias, pero no es ni el único ni el principal, tal como lo demuestra la propia práctica de la Zona Euro, donde el gasto social focalizado en los más pobres juega un papel igualmente importante y ello sin necesidad de llevar el gasto total del Estado a los insostenibles niveles del 50% del PIB, tal como hoy ocurre en Francia (ver pág. 475).

La experiencia de Frankel, como exasesor presidencial de Clinton, le enseñó la importancia de combinar políticas de gasto, por ejemplo, focalizando de mejor manera los subsidios agrícolas (hoy totalmente desfigurados); los programas de “transferencias condicionadas” (como instrumentos para mejorar la educación y la salud); el desmonte de las cargas parafiscales sobre la nómina, como mecanismos de generación de empleo y mayor crecimiento pro-pobre. Sobre todos estos importantes elementos del gasto público pro-equidad la obra de Piketty ofrece un atónito silencio.

Esta ausencia de análisis pos-tributación y posgasto público es una falla analítica protuberante en el argumento central del libro de Piketty sobre desigualdad. Bastaría con haber analizado las cifras del Congressional Budget Office (CBO) para darse cuenta de que el GINI antes de impuestos y transferencias vía gasto social de Estados Unidos sí se ha elevado de 0,48 a cerca de 0,60 durante los últimos 40 años. 

Otra importante crítica proviene de Summers (2014), quien señala que Piketty no analiza adecuadamente los efectos de la tecnología y la robotización del trabajo como elementos clave en la explicación de la concentración de los ingresos laborales. De hecho, la idea de que una mejor educación lograría reducir el GINI resulta algo contraintuitiva a la luz de los resultados históricos, donde precisamente lo que ha ocurrido es que “unos pocos ganadores, los mejor educados”, se han continuado llevando una creciente porción de los ingresos. 

A este respecto cabe señalar las profundas diferencias culturales que se observan entre el modelo norteamericano (“winners take it all”) vs. el modelo europeo, donde “el ruido” de los imponderables de la vida explicarían mejor por qué unos triunfan y otros no. La solución de política económica ha sido que el mundo europeo busca nivelar las “pérdidas” en que incurren aquellos con “mala suerte” a través de la creciente tributación y del gasto público social.

En Colombia se ha querido postular la persistencia del llamado “Impuesto a la Riqueza” (Ley 1739 del 2014) como la supuesta posición de avanzada que tiene Colombia en materia de lucha contra la concentración del ingreso. Sin embargo, los resultados factuales nos hablan de un vergonzoso coeficiente GINI de 0.54 (según los datos de 2013), el cual tan solo se mejora a 0.51 cuando se toman en cuenta los efectos de la progresividad tributaria y del gasto social. 

En cambio, este Impuesto a la Riqueza tiene una mejor justificación redistributiva cuando se limita a las familias más pudientes, tal como lo había venido recomendando Anif (2014). No obstante, ello debe hacerse a tasas de gravamen manejables de 0,2% a 1,5% anual, y no de 5% o de 10%, como la sugerida por Piketty para los niveles altos de riqueza, pues de lo contrario se generarían indeseables “arbitrajes tributarios” que ni el Fatca ni los eventuales acuerdos tributarios con Ocde podrían detener. 

En estos frentes de tributación y equidad, el Congreso de Colombia continúa teniendo una “actitud mojigata” al haberle negado a Santos II su acertada propuesta de encarcelar a los grandes evasores del Impuesto a la Riqueza, hasta tanto no salden sus obligaciones. Así, la presión tributaria de Colombia continuará siendo una de las más bajas de América Latina (14% del PIB vs. el 17% del PIB de promedio regional). En el caso de Colombia, Anif (2014) ha venido recomendando complementar el recaudo directo, haciéndolo aún más progresivo sobre personas naturales, con el incremento de los recaudos indirectos (llevando la tasa general del IVA de 16% hacia 18% vs. 19% promedio de la región). 

En síntesis, el mensaje de Piketty sobre la preocupante inequidad global es válido, así el instrumental por él recomendado para corregir dicha inequidad resulte inadecuado. Por último, también cabe aplaudir la honestidad intelectual de Piketty al haberse negado a recibir la condecoración de su gobierno como “Legionario de Honor” (instituido por Napoleón en 1802), reclamando menos discursos y más acciones en favor de un mundo menos inequitativo y con mejores perspectivas de crecimiento sostenible.

* Thomas Piketty (2014) Capital in the Twenty-First Century (The Belknap Press of Harvard University Press, London England).

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