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jueves, 31 de marzo de 2016

Recordemos que con el paso de los años, Borges fue perdiendo lentamente la vista, hasta encontrarse como director de la Biblioteca Nacional de Argentina,  pero paradójicamente sin poder leer ningún libro, pues para entonces ya era ciego. 

De esta manera, en su poema Elogio de la Sombra escribió: “Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad.  Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años, las esquinas pueden ser otras, no hay letras en las páginas  de los libros”.

A pesar de que nunca recibió el Premio Nobel de Literatura, obtuvo importantes distinciones como el Premio Nacional de Literatura en 1957, el Internacional de Editores en 1961, el Formentor en 1969, el Cervantes en 1979 y el Balzán en 1980.  El gobierno español lo condecoró, en 1983, con la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X, el Sabio.

Ginebra le encantaba a Borges por su laberíntico y antiguo casco céntrico donde a él le gustaba pasear, el silencio de los parques, el aroma de la vegetación en primavera, el rumor de las fuentes sorprendiendo al visitante en cada esquina, como él decía “es una ciudad para percibir con los sentidos”.

No pudimos encontrar el hotel L’Arbalète donde Borges se hospedaba siempre que venía a Ginebra, pues ya no existe, pero pude visitar la Catedral donde lo velaron bajo el rito católico y protestante, pese a que él era agnóstico.  

También estuve en la ciudad vieja en la intersección de Grand Rue con la Rue Du Sautier, justo cuando la arteria principal se pronuncia en la subida, donde pude tocar una placa que dice: “En el 28 de la Grand Rue vivió el escritor Jorge Luis Borges, 1899-1986”.  

En este sitio donde vivió Borges no pude dejar de sentir nostalgia, quería sentir la presencia del escritor ciego, pero comprendí que él se ha ido dejándonos su legado en su obra literaria inconmensurable, que desde luego los invito a leer.  

Después me senté en una plaza del casco antiguo a escuchar las voces en otros idiomas, a tomarme un café, a sentir el aire frío en medio de un rayo de sol, en fin, evocando al escritor, quise percibir la ciudad con los sentidos, pues al igual que él tampoco la veo.  

Para terminar este encuentro con Borges, fui a su tumba, la lápida se reconoce por el número 735, por el nombre de Jorge Luis Borges y una cruz galesa en el reverso de la piedra gris, sobre la lápida hay un grabado en círculo con siete figuras humanas y un epitafio en inglés antiguo: “And ne forhtedon na” (”Y que no temieran”), tomado de un poema épico del siglo X.  

Para Borges Ginebra era la ciudad del mundo que reúne más condiciones para ser feliz, así lo dejó expresamente escrito pudiéndose comprender su amor por la ciudad que lo llevó a descansar junto a los hombres y mujeres ilustres de esta bella villa. En conclusión, en medio de la ceguera puedo sentirme feliz como él, ya podrán decir que me hospedaba en el hotel Winsor, que frecuentaba el restaurante el Faro e iba todos los días a las reuniones en el Pale Wilson, disfrutando la ciudad con los sentidos.
 

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