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viernes, 10 de noviembre de 2017

Tradicionalmente se entiende que las tendencias ideológicas o partidistas más conservadoras basan su propuesta de gobierno en el concepto de autoridad, mientras que los pensamientos de izquierda privilegian los conceptos de libertad y tolerancia.

En la práctica, los gobiernos no se ubican literalmente en alguno de esos dos extremos, como si fueran conceptos excluyentes, sino que buscan combinarlos, enfatizando aquel que corresponde a su tendencia ideológica.

Más allá del enfoque partidista o político, la cuestión sobre más o menos libertad o más o menos autoridad es relevante también para el derecho, pues ello se relaciona con la capacidad del Estado para lograr sus fines constitucionales y legales, y para defender el Estado de derecho.

En buena medida, la mejor protección de los derechos individuales y colectivos y la más elevada salvaguarda del estado de derecho se logra en las sociedades que consiguen armonizar de forma balanceada el respeto por las libertades y el ejercicio de la autoridad. Si bien el Estado que abusa de su autoridad se torna arbitrario y pierde legitimidad, aquel que es incapaz de mantener el orden y hacer valer los límites esenciales colectivamente acogidos, pierde la capacidad para cumplir sus metas y sus ideales.

La fuente de la autoridad está en el respeto al principio democrático y en la gestión transparente, de cara a la ciudadanía. Sin embargo, la falta de credibilidad de las instituciones en nuestro país ha creado un círculo vicioso perverso que impide el renacer de la legitimidad necesaria para permitirnos nuevas oportunidades de salir adelante. Por ello, mi propuesta de hoy es ampliar las fuentes de legitimación de la autoridad, incorporando otros generadores de autoridad, especialmente la justicia.

Cuando el desgaste institucional es de tal magnitud como el que hoy tenemos, de poco o nada sirve la típica autoridad de mano dura y voz firme. El fortalecimiento del poder ejecutivo, si bien es necesario, no funciona como remedio aislado y se vuelve inocuo mientras no venga acompañado de una recuperación del sistema judicial.

Si lográramos recuperar la justicia como un modelo renovado que llega por igual a todos los rincones de Colombia y que resuelve verdaderamente y de forma oportuna los conflictos grandes y pequeños, se generaría una palanca única que potencia el proceso de renovación institucional.

Como lo plantea Hobbes, la Justicia busca que los hombres cumplan los pactos que han celebrado y la suma de los pactos de justicia construye el contrato fundacional del Estado. Ahí está la perfecta interacción entre justicia y autoridad.

Ahora, lo importante no es hacer normas perfectas que cubran todas las hipótesis, lo importante es contar con jueces respetables y fallos oportunos que sirvan para llenar los vacíos de la ley y para resolver las contradicciones de la mejor manera posible, en armonía con los principios fundamentales del ordenamiento legal y, así, ir allanando el camino hacia la ruta que nos hayamos trazado como sociedad.

Al final, la justicia es la mejor forma de autoridad; es la más democrática y legítima y la más poderosa para lograr una sociedad más próspera.