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viernes, 15 de septiembre de 2017

Como dijo Francis Underwood, en House of Cards, la era del racionalismo ha llegado a su fin: el bien y el mal ya no existen, solo existe estar adentro o estar afuera.

La política de la posverdad busca restarle protagonismo a lo fáctico en el ámbito de las comunicaciones y apela a las emociones para moldear la opinión pública a favor de un candidato o un interés. Desde que el bloguero David Richards acuñó el término posverdad en 2010, el concepto ha evolucionado de forma importante, especialmente, con lo que viene revelándose sobre la influencia rusa en la elección de Donald Trump.

Se podría decir que la posverdad es tan vieja como el arte mismo de la política, que en su afán de persuadir a los electores, acude a las más inimaginables formas de manipulación de la palabra y el sentimiento. En la antigua Grecia, Platón criticaba a los Sofistas por sus manipulaciones dialécticas y en épocas recientes, mucho se ha dicho sobre el papel y el poder de la propaganda para glorificar a los caudillos. Como se dice de manera recurrente, la maestría de persuadir no está al servicio de la verdad sino del interés del orador.

Ahora surge un nuevo caso de posverdad que genera enorme preocupación y merece ser analizado con cuidado. Se trata de la noticia, según la cual, Facebook habría revelado que hallazgos de que una empresa oculta relacionada con el Kremlin habría ejecutado una estrategia -mediante la creación de 470 cuentas falsas y un ejercito de troles- para la diseminación de noticias inventadas sobre asuntos sociales divisionistas relativos a temas de raza, derechos de los homosexuales, control de armas e inmigración, aparentemente, con el ánimo de favorecer la campaña de Trump.

La manipulación de la verdad con fines comunicacionales es un asunto ancestral, pero lo nuevo y muy preocupante, es la utilización masiva y direccionada de las redes sociales para esos fines. Que una persona en su perfil de Facebook o Twitter divulgue opiniones manipuladas no es un gran problema; el riesgo surge cuando se diseñan y ponen en práctica estrategias masivas para crear miedos nuevos o profundizar miedos colectivos existentes, buscando influenciar a las masas hacia un interés oculto.

La mezcla de posverdad e internet es una bomba que puede conllevar consecuencias sociales nefastas, que difícilmente pueden ser controladas por los gobiernos de cada país. La naturaleza global del ciberespacio exige esfuerzos multilaterales para empezar a pensar en el futuro rol que deben jugar las normas sobre el tratamiento de datos en las redes sociales. La Directiva 95/46 del Consejo de Europa, trae varias disposiciones sobre el deber de veracidad en la red, pero es evidente que cuando se redactó, nadie imaginaba el impacto geométrico que puede generar la utilización coordinada de informaciones manipuladas a través de internet.

Al final, el daño que ocasiona la posverdad basada en redes sociales no recae solo en los candidatos o partidos electorales víctimas de los ataques sino en toda la sociedad que puede resultar injustamente sometida a decisiones políticas que contradicen el pensamiento y el sentimiento de las mayorías, o que simplemente no reflejan fielmente la realidad.