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viernes, 10 de noviembre de 2017

La inmediatez de la información que tenemos al alcance de la mano nos permite saber al instante lo que sucede en cualquier parte del mundo, de ahí que nos sorprendemos sabiendo que nuestras tragedias y alegrías no son tan propias, que el “realismo mágico” se reproduce en el mundo con las particularidades propias de cada cultura, pero en esencia, si le quitamos los nombres y las referencias geográficas, podrían ser extrapoladas a nuestra realidad. A su vez, esta posibilidad de acceder a lo que sucede en el mundo, nos debe servir para aplicarla a nuestra realidad.

Cataluña, es por su puesto el primer referente. Cuando creíamos que las únicas noticias sorprendentes que recibiríamos de esa hermosa ciudad mediterránea eran las genialidades de Messi, hemos asistido atónitos a una cadena de acontecimientos que ya van por el apresamiento de las autoridades autonómicas, la huida a Bruselas, a nuestro mejor estilo, del Presidente de la “Generalitat” y el llamado a elecciones obligatorias, anticipadas y a las carreras, por parte del Gobierno central para tratar de apaciguar una situación que parece estar lejos de solucionarse y menos de manera pacífica.

De otro lado, las noticias falsas. Ya vamos en que hackers soviéticos al parecer lograron influir en las elecciones de los Estados Unidos y el proceso en Cataluña, inundando las redes sociales de noticias e información minuciosamente calculada para influir en la opinión pública hacia un candidato o una causa específica, al parecer para favorecer los intereses geopolíticos de potencias interesadas en inclinar la balanza de la opinión hacia cierto lado. Por lo visto, parece que han logrado su cometido.

Regresando a Colombia, entramos en la recta final de la que puede ser la contienda electoral más importante de la primera parte del siglo XXI. El panorama es inédito. Va a participar como partido político las Farc, conformado por quienes hasta hace poco estuvieron alzados en armas y cuyos candidatos son esos mismos militantes que han cambiado su ropaje por el de estadistas que aspiran a curules en el Congreso, adicionales a las entregadas por virtud de las negociaciones de La Habana, partidos políticos en el nivel más bajo de desprestigio (hace varias elecciones que decimos lo mismo y parecen no tener fin), una justicia inoperante, acorralada por gravísimos escándalos de corrupción y una opinión pública que acude estupefacta a un escenario en el que debe decidir los destinos del país.

Las elecciones son el mecanismo que las democracias han escogido para que, entre todos, decidamos qué queremos, quién queremos que nos gobierne, cómo lo va a hacer y qué podemos esperar de esos dirigentes. En este sentido, como nunca, debemos ser muy cuidadosos en no caer en los extremos que tan buenos réditos políticos entregan, pero que son tan difíciles de hacer realidad, sin llevarse por delante los valores de una sociedad democrática.

En estas elecciones es necesario ir más allá del argumento vendedor de acabar con la corrupción, meter a la cárcel a todo el que delinca, bajar los impuestos y subir el salario mínimo. En estas elecciones debemos primero, averiguar quién es el candidato y, luego, informarse respecto a qué van a hacer, cómo lo van hacer, con quién van a trabajar, para que no nos dejemos engañar por la primera cadena de Whatsapp que nos envíen “confirmando” los lazos delictivos de alguien.