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sábado, 21 de octubre de 2017

Richard Thaler, profesor de la Universidad de Chicago, ha sido galardonado con el premio Nobel de economía 2017 por su contribución a la economía del comportamiento (behavioral economics). Este -aun floreciente- enfoque parte de ideas propias de la psicología, para así permitir a los economistas mejorar su comprensión respecto de cómo tomamos decisiones.

Los aportes de Thaler a la ciencia económica en particular, y a las ciencias sociales en general, son innumerables, y van desde explicar por qué nos equivocamos sistemáticamente cuando se trata de decidir en qué invertir nuestro dinero, cuánto debemos ahorrar, hasta incluso, cómo mejorar el diseño de los sistemas de seguridad social.

Ahora, dentro de estos aportes, existe uno de peculiar relevancia en contexto de la regulación. En concreto, Thaler señala que los economistas a veces se equivocan al insistir que las decisiones de las personas se dirigen siempre a la obtención de beneficios individuales. Según el mismo autor, existen casos en los que las personas actúan en el mercado motivados por garantizar cierto sentido de “lo justo”. En otras palabras, parece que poseemos una especie de “radar innato de lo justo” que nos permite diferenciar entre decisiones correctas e incorrectas en el mercado. El mismo Thaler ilustra esta idea con el siguiente ejercicio mental (modificado):

“Suponga que la tienda de abarrotes de un pueblo vende botellones de agua por US$2. Ocurre una avalancha que deja al pueblo sin acueducto. Ahora, la misma tienda ha decidido subir el precio de los botellones a US$5 ¿Considera que la decisión de la tienda es ‘aceptable’ o ‘injusta’?”

En este caso, nuestro “radar de lo justo” tiende a percibir la situación como algo ‘injusto’. Sin embargo, esta percepción contradice la visión económica convencional, según la cual, la decisión de la tienda es ‘aceptable’ en la medida que, al incrementarse la demanda, es normal que el mercado responda con un incremento en el precio.

Si bien el ejercicio mental propuesto ilustra algunas de las dificultades que pueden tener los economistas para explicar los comportamientos de las personas; también, nos da unas primeras señales acerca de cuándo y cómo debe intervenir el Estado en los mercados.

La idea básica es que nuestro “radar de lo justo” no rechaza los precios altos solo por ser altos. Por ejemplo, aunque sepamos que los restaurantes suelen cobrar por una cerveza un precio bastante más elevado que el del supermercado, nuestro radar considera esto como algo ‘aceptable’; lo mismo ocurre con los altos precios que suelen tener los productos que se encuentran en el mini-bar de los hoteles. Si esto es así, podríamos inferir que ese mismo radar consideraría ilegítimo que el Estado trate de intervenir estos precios, aun cuando efectivamente los consideremos elevados.

En contraste, no sucede lo mismo cuando los altos precios son consecuencia de una situación impredecible o irresistible. Como muestra el ejercicio mental, rechazamos que los supermercados intenten elevar los precios de los productos de primera necesidad ante la inminencia de un desastre natural. En este caso, nuestro “radar de lo justo” sí considerará legítimo, quizá incluso exija, que el Estado prohíba que se eleven los precios.

Con todo, el reciente Nobel de economía de Thaler, constituye una oportuna invitación para que los juristas y reguladores vuelvan su mirada hacia la economía del comportamiento a fin de decidir cuándo y cómo regular los mercados.