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sábado, 19 de agosto de 2017

En “El triunfo de las ciudades” el economista norteamericano Edward Glaeser describe la grave crisis que llevó a Nueva York al borde de la bancarrota en 1975. En Manhattan y sus alrededores, como en tantos otros emporios icónicos de la Revolución Industrial, la globalización había propiciado un éxodo de las manufacturas, generando turbulencias económicas, sociales y financieras.

A pesar de las voces agoreras, finalmente los neoyorquinos fueron capaces de superar esta crisis y transformar la matriz productiva de su ciudad. En este proceso de reinvención, las industrias creativas tuvieron un papel preponderante y permitieron que Nueva York se convirtiera en un polo de atracción de talento y capital humano.

Aunque por fortuna Bogotá no enfrenta por ahora una crisis de semejantes proporciones, sí hay vientos de cambio que no podemos desestimar. En la última década numerosas empresas han decidido reubicarse fuera del perímetro urbano, dando origen a parques industriales en municipios como Cota, Mosquera y Tocancipá, y reconfigurando el mapa productivo y laboral de la ciudad-región.

Si añadimos a la ecuación la tendencia global hacia la robotización, el resultado será que más temprano que tarde nuestra ciudad tendrá que reinventarse productivamente. Y es en este contexto que la economía naranja, la economía creativa, la economía de la propiedad intelectual, entra en escena.

Bogotá, donde convergen y se mezclan las distintas regiones del país, es un territorio fértil para el desarrollo creativo y cultural. La música, la gastronomía, las artes escénicas, la arquitectura, el diseño, la publicidad y las demás actividades creativas, se ven estimuladas por esa condensada pluralidad que caracteriza a la capital de los colombianos.

Prueba de ello es que según Invest in Bogotá 92 % de los servicios creativos del país, 90 % de su industria cinematográfica y audiovisual, 73 % de las empresas de contenidos digitales y 55 % de las de videojuegos tienen su sede en Bogotá. Como si esto fuera poco, el BAM, el BOmm, ArtBo, el Festival Iberoamericano de Teatro y un largo etcétera de hitos culturales y creativos de talla continental se han venido tomando la agenda capitalina desde hace varios años.

Es patente que aún sin un claro y decidido apoyo gubernamental el sector naranja de la economía bogotana ha probado ser particularmente fecundo. Ha dado frutos, y frutos de excelencia.

Cabe esperar entonces que con una adecuada promoción estatal y el concurso de entidades como la Cámara de Comercio de Bogotá, Invest In Bogotá y ProBogotá, podríamos ser testigos del pleno despliegue del potencial creativo de nuestra ciudad.

Por esa razón desde el Concejo de Bogotá estamos impulsando un proyecto de acuerdo que pretende aterrizar los alcances de la denominada “Ley Naranja” -la Ley 1834 de 2017 de autoría del Senador Iván Duque- a las realidades distritales.

Y es que aunque en el Plan Distrital de Desarrollo logramos que la Economía Naranja se consignara como una de las alternativas de desarrollo económico bogotano, queremos que el apoyo a la industria creativa pase de ser una política de gobierno a una política de ciudad. Por eso la invitación es a que todos nos sumemos al desafío de repensar la vocación productiva de Bogotá y apostemos a pintarla de color naranja