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  • Fernando Álvarez Rojas

lunes, 9 de julio de 2012

Otra victoria como esta y me desharé, estas fueron las palabras de Pirro después de haber derrotado a Roma. El hundimiento de la reforma constitucional, las renueva. El resultado: las encuestas castigan por igual a las ramas del poder público.

El hundimiento de la reforma constitucional, no ha sanado los males que aquejan la justicia y que fueron la causa de la reforma. Se perdió el punto de mira: el Consejo Superior de la Judicatura, objetivo claro, quedó indemne, blindado frente a cualquier inmediata amenaza.

La victoria es pírrica: nadie gano, todos perdimos: la ciudadanía que confió que se acabaría con el oprobio de la administración de la justicia; el Gobierno que la promovió y fungía como responsable; el Congreso y en él, los conciliadores paganinis de los senadores y representantes que como Hansel y Gretel dejaron en el trasegar de los ocho debates las piedritas para hacer una reforma a la medida de sus intereses; sin embargo, como los niños del cuento, fueron víctimas de su propia gula al caer en la trampa de su ambición. No era posible que la rutilante torpeza pasara desapercibida. La exageración fue su error.

No valió el mascarón de proa de ser una reforma constitucional; el estado de opinión fue más fuerte que el reparo jurídico, pero allí también se perdió: el precedente judicial y la lógica misma del poder constituyente como diferente de la función legislativa, se hecho al traste y la decisión política prevaleció sobre la racionalidad jurídica.

La opinión pública actúo como los elefantes en la batalla de Heraclea; se ganó sí, pero rompiendo las líneas de la civilidad. Hoy estamos más expuestos, somos más débiles ante las decisiones de poder, se asimiló el procedimiento constituyente al procedimiento de emisión legal y se introdujo un control interorgánico del ejecutivo al poder constituyente que no tiene antecedentes. El control horizontal ejercido al objetar la reforma confunde perniciosamente la función constituyente del Congreso con la función legislativa; anomalía a favor del ejecutivo en desmedro del poder constituyente.

La salida es ingeniosa, obedece a una concepción pragmática del derecho, cuyo costo es absorbido por la euforia del momento pero que tiende una sombra a cuyo amparo se pueden esconder funestos quehaceres.

El debilitamiento constituyente y el descreimiento en el Congreso como vehículo apto y legítimo para tramitar las reformas constitucionales abren el espacio para una Asamblea Nacional Constituyente, indemne al veto del ejecutivo.

La Asamblea Nacional Constituyente es el último de los eslabones de la cadena de instancias de reforma constitucional pues como manifestación del poder soberano, no tiene límite alguno y tiene disponibilidad plena. No hay que tenerle miedo a la democracia, pero si a sus excesos, prevenidos desde la antigüedad como demagogia.

En el campo de batalla quedan tendidos los hoplitas, la infantería, la carne de cañón de cualquier combate, formada, en nuestro caso y ahora, por todo aquel que espera día tras día, año tras año, lustro tras lustro, década a década, una justicia que no llega.

Que espera, no la carta que anuncia la pensión, sino una sentencia judicial que le restituya su derecho, que le devuelva lo propio. Detrás de cada colombiano, hay un coronel sobreviviente de la Guerra de los Mil Días, y de otras muchas guerras, que esperan frustradamente justicia. La justicia que no llega, presagia el arribo de la guerra por la justicia.

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