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  • Sigifredo López

jueves, 11 de abril de 2013

El 11 de abril del año 2002, hace exactamente 11 años, a las 11 de la mañana, a mi y a 11 compañeros más, nos pasaron unas botas pantaneras para reemplazar nuestros habituales zapatos. Ante las quejas porque nos quedaban pequeñas nos gritaron: “Háganle..... que faltan 11 horas de camino para llegar al campamento, si es que estamos de buenas y sobrevivimos al bombardeo que se viene”

Efectivamente, una hora más tarde las bombas estremecían la tierra, botados en el suelo y cagados del susto nos mirábamos unos a otros sin saber qué hacer, hasta que a Juan Carlos Narváez se le ocurrió llamar a alguna emisora y lo escuchamos gritar: “Nos van a matar, paren los bombardeos, paren los bombardeos...” El avión fantasma lanzaba bombas racimo que derrumbaron árboles de la montaña al lado, mientras helicópteros arpías enviaban ráfagas sobre árboles cuyas ramas cayeron a pocos metros del hueco o trinchera donde nos habían metido. La escena se repitió por lo menos 11 veces durante la tarde, hasta que por fin llegó la noche y nos trajo algo de calma. Ya en el campamento nos permitieron una llamada a cada uno para despedirnos de nuestras familias. Así recuerdo ese fatal 11 de abril, que quisiera jamás haber vivido.

Hoy, 11 años después, en medio del dolor que causa este recuerdo, me pregunto si ¿el crimen de guerra que fue su abominable masacre quedará en la impunidad como consecuencia de los acuerdos de La Habana? Hoy, 11 años después, debo como cristiano agradecer a Dios porque me ha permitido perdonar y liberarme de las cadenas del odio, pero como ciudadano entiendo y estoy seguro que las Farc no han hecho absolutamente nada para ganar el perdón social de los colombianos. Todo lo contrario, desde La Habana arrogantemente han vociferado inaceptables mentiras: que no tienen secuestrados, que no han despojado tierras, que no van a pagar ni un solo día de cárcel, que no han pedido ni van a pedir perdón a sus víctimas porque no aceptan su condición de victimarios, no van a hacer desminados, no han devuelto a los niños que tienen reclutados, ni tampoco han entregado fosas con los cadáveres de sus víctimas, guardan silencio frente a su responsabilidad en masacres y crímenes de lesa humanidad, siguen poniendo bombas y atentando contra la población civil y el pueblo colombiano que dicen defender.

Recordemos que los únicos legitimados para perdonar somos las víctimas. Ni el gobierno ni ninguno de los que están en La Habana negociando en nombre de todos los colombianos puede perdonar por nosotros. Estoy convencido de que las víctimas estamos dispuestos a perdonar y a entregar nuestro ejemplo de perdón y nuestro testimonio de vida como otro nuevo y verdaderos aportes a la paz del país, pero ¡por Dios!, que por lo menos pidan perdón, para que la sociedad pueda recibirlos sin el dolor que causa la impunidad y para que haya un mínimo de justicia y reparación a las víctimas; si no, continuarán estos dolores históricos acumulándose en el alma y en la memoria colectiva, en forma tan salvaje que impedirá la tan anhelada reconciliación. Hoy, 11 años después, ruego a Dios por la paz del país y pido a todos los colombianos preparar los corazones y estar dispuestos a perdonar a nuestros verdugos, porque sin ese perdón serán imposibles la reconciliación y la convivencia respetuosa que merecen nuestros nietos y que a cuatro generaciones nos fue negada. Pero ¡por Dios!, que por lo menos pidan perdón por sus crímenes, y que haya unos mínimos de verdad, justicia y reparación para las víctimas.

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