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  • Luis Guillermo Blanco

sábado, 17 de noviembre de 2012

Y no cabe la menor duda, pues si se quejan los extranjeros residentes aquí que tienen un poder adquisitivo promedio tres y cuatro veces más alto, qué sentirán los naturales y residentes, de clase media, cuyos ingresos familiares en la gran mayoría de los casos no sobrepasan los diez salarios mínimos mensuales.

Tres ejemplos concretos porque digo lo que digo: 1) las matrículas en las universidades privadas: su costo cada día es más elevado, sin que nada lo justifique y, menos la calidad de educación.

2) Los carros: un automóvil nuevo, de gama baja, cuando ingresa al país es casi que desvalijado; elementos básicos, son renegociados por la concesionaria con el cliente: - ¿Lo quiere con aire acondicionado? ¿Con alarma? ¿Desea el sistema de vidrios eléctricos? ¿Bloqueo central? Por cada sí el valor aumenta su costo,  en definitiva termina pagando lo que vale uno de alta gama en otro país, que tienen ingresos per cápita superior al nuestro; esto obviamente termina por desalinear cualquier presupuesto; consideración con el cliente: Ninguna.

3) La vivienda: un apartamento en el norte, por los lados del centro comercial Iserra 100, con 20 años de construido, de 72 metros cuadrados, hace cinco años costaba $120 millones, hoy, con base en el ‘desarrollo’ del sector son vendidos entre $280 millones y $300 millones; lo mismo pudiéramos decir a los cercanos al centro comercial Palatino; las viviendas  han duplicado y casi triplicado su  valor en menos de cinco años. Un apartamento que se adquirió en $300 millones, hoy  cuesta $ 600 y $700 millones, ni hablar de Cedritos; un barrio de clase media normalito, convertido a la usanza de los especuladores, en un sector de estrato 8. Un conocido que viaja frecuentemente a otros países en razón a su empleo, me dijo aterrado: “¡en Colombia todo es caro!”. Los restaurantes, en Bogotá Cartagena o Medellín, cobran por un plato igual, o de menor calidad y servicio, casi el doble que en Madrid, Miami,  Santiago, o Lima: lo mismo, la ropa; aquí es carísima, y ni hablar del elevado costo de los elementos de aseo personal: champú, jabones, crema de afeitar, desodorantes, etc.

Hace unos meses, analistas económicos empezaron a llamar la atención del Presidente sobre la posibilidad cercana de que la economía del país empezará a  desacelerarse y de la  necesidad de prepararnos para el evento; El Presidente, me acuerdo como si fuera hoy, tildó de mezquinos a esos observadores; indicó que lo querían era crear pánico, que la economía del país estaba blindada, etc. etc.

Sin embargo en el último semestre las ventas al exterior disminuyeron en un quince por ciento, evento que afecta  necesariamente el empleo. Ya, el Presidente Santos nos dio puntadas sobre esa cruel realidad; reconoce a regañadientes que lo que está sucediendo en la economía de Europa y Estados Unidos, está afectando  nuestra economía; lo único cierto es que se nota una baja en las ventas internas, hay una disminución importante en las exportaciones y el gasto  familiar empieza a resentirse.

Ojalá el ‘proceso de paz’ no nos complique más la economía domestica. La inversión  extranjera puede disminuir el ritmo hasta cuando el proceso se decante y se sepa a ciencia cierta qué se pactó, y qué compromisos sociales y políticos el país adquirió frente a los desmovilizados. Otra cosa para observar: es la tendencia política que a partir del acuerdo - si lo hay - el país va a adoptar. Si hay un giro hacia la venezonalización, o si se mantiene la democracia; todo está por revelarse.  
 

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