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Analistas 18/12/2021

Pedir prestado

Vicente Echandía
Diplomático
Analista LR

Ningún país está predestinado a un resultado especifico. Su realidad, mejor o peor, con mayor o menor grado de desarrollo, con más o menos equidad, depende en gran medida del resultado de las decisiones colectivas que se toman en una sociedad y no de un sino fatal o la casualidad. De aquí que cuando uno busca la manera de mejorar el futuro del país, debe revisar la manera en la que funciona esa sociedad, para entender la capacidad de definir una visión conjunta, que, aunque no tiene que ser única, si debe tener elementos comunes.

En Colombia esto presenta un problema evidente y uno menos visible. El que es fácil de ver, es la dificultad para llegar a una visión en la que se compartan elementos que integren una visión conjunta. A pesar de tantos temas obvios sobre las que hay que trabajar, como el respeto absoluto por la vida, la decencia en el manejo de los recursos públicos tanto por parte de los privados como de los funcionarios públicos, la necesidad de equilibrar el desarrollo entre las diferentes regiones del país o el fortalecimiento de la justicia, seguimos lejos de lograr un acuerdo como país sobre hacia dónde ir. La creciente polarización lo está dificultando aún más.

El problema escondido, el que no es tan evidente, es un poco más complejo. En un Estado democrático robusto, tal como el que muchos dicen que buscamos construir en Colombia, las instituciones públicas regulan las interacciones entre los ciudadanos sin importar la cercanía que tienen con aquellos que ostentan el poder, de su capacidad de intimidación a través del uso de la fuerza o de los recursos económicos que posean. En un Estado así, independientemente de las condiciones en las que nacemos, todos tenemos los mismos derechos y las mismas responsabilidades.

Lo que pasa es que, en un país como Colombia, todos sabemos que el Estados democrático no es fuerte, y eso genera muchas complicaciones, porque, aunque se supone que estamos en una cosa, la verdad es que estamos en otra. Usando una frase conocida de Dario Echandia, la democracia colombiana es un orangután con sacoleva. Tenemos las formas, pero no los fondos.

Las formas son adoptadas. Las tomamos prestadas de aquellos Estados que queríamos y seguimos queriendo emular, como si las realidades cambiaran a punta de instituciones y de leyes, algo muy habitual en el sentir político colombiano. Por eso las formas no funcionan bien con los fondos que tenemos. Nuestras instituciones y nuestras leyes no van de la mano, su intención no es encajar. Es mostrarles a los colombianos y al resto del mundo que aquí vamos bien, por el camino correcto y siguiendo los pasos de aquellos países que van adelantados, como si esta carrera tuviera solo un desenlace adecuado.

Sin embargo, estamos lejos de ese objetivo y no vamos bien. Los que escriben las reglas saben que no se van a cumplir. Los que tienen la capacidad de incumplirlas permiten que se escriban las reglas para mantener la apariencia frente a los que no tienen esa capacidad, que somos la mayoría.

Necesitamos entonces reconocer que el problema existe, hacerlo parte de la conversación. Esto es un tema de tiempo, de mantener el propósito más allá de unos pocos ciclos electorales. Esto no nos lo arregla nadie por lo que se requiere que todos cambiemos el chip. Con estos problemas de logística que ha traído la pandemia, esperemos que estos no estén tan escasos como los que se fabrican en China.

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