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Analistas 19/10/2019

Los primeros 45 años de Anif (1974 - 2019)

Sergio Clavijo
Prof. de la Universidad de los Andes

Este año 2019 está lleno de destacadas fechas conmemorativas: 200 años de la Batalla de Boyacá (agosto de 1819), que nos consolidó el nacimiento de nuestra República independiente; 50 años de la llegada del hombre a la Luna (julio de 1969), consolidando así muchos años de creatividad e innovación; y 30 años desde la crisis política (agosto de 1989) que sacudió al país y que nos llevó a refundar nuestras instituciones a través de la nueva Constitución que surgiera en 1991.

Anif se creó en 1974, inicialmente con un ánimo gremial bancario, pero con el transcurso del tiempo migraría hacia consolidarse como uno de los centros de pensamiento y gestión más importantes de Colombia.

Decía recientemente el Dr. Luis Carlos Sarmiento Angulo, fundador y presidente del Consejo Directivo de Anif por 35 años, que para él este 2019 representa también un hito especial al cumplirse 45 años de existencia de nuestra Asociación (ver Revista Carta Financiera No. 187 de septiembre de 2019).

Anif se creó en 1974, inicialmente con un ánimo gremial bancario, pero con el transcurso del tiempo migraría hacia consolidarse como uno de los centros de pensamiento y gestión más importantes de Colombia durante el período 1987 hasta el presente, ver http:// www.anif.co/sites/default/files/investigaciones/libroanif2007finalok2.pdf.

La razón de ser de Anif ha sido la búsqueda e implementación de las mejores políticas públicas en campos tan diversos como la política monetaria-financiera, la sostenibilidad fiscal, la dotación de infraestructura, la organización de la rama judicial, la dotación de vivienda-alcantarillado, el aumento de la cobertura y la prestación de los servicios educativos, de la salud y la provisión pensional. Esto lo hace Anif combinando su independencia, la innovación de las ideas y buscando la consolidación institucional (tres virtudes asociadas a las efemérides antes mencionadas).

¿Qué es un centro de pensamiento y gestión?

La definición estricta de un centro de pensamiento es difícil de concretar, pues evidentemente admite muchas acepciones. Para el propósito de generar ideas son igualmente válidos vehículos como los centros de estudios puramente académicos (usualmente vinculados a las universidades); las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs); los centros de pensamiento político (los que tradicionalmente han funcionado como apéndices de los partidos políticos); o los centros de pensamiento y gestión.

Sin embargo, son estos últimos los que se caracterizan por participar activamente en la generación de ideas académicas, así como por impulsarlas con la intención explícita de poderlas llevar a la práctica a través de la aprobación de leyes o programas donde colaboren mancomunadamente el sector público y el sector privado.

La denominación genérica que han adquirido en el ámbito internacional estos centros de pensamientogestión es la de think tanks. Esta denominación tiene su origen en la necesidad que existió de refugiarse en “centros-seguros de pensamiento libre” a principios de los años 1920s en Estados Unidos, en momentos en que el estallido de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique y las cambiantes fuerzas dominantes al interior de Europa amenazaban con poner un tapabocas al pensamiento práctico.

Los burócratas-weberianos sentían entonces que eran espiados y que sus ideas se amordazaban en la censura estatal; los académicos disfrutaban de su refugio universitario, pero esas “urnas de cristal” o “torres de marfil” (en realidad) los mantenían alejados de la realidad político-económica del momento. En cambio, los “librepensadores” de la época sentían que necesitaban una armadura que los protegiera de tales acechos y buscaron el equivalente a un tanque blindado donde ventilar sus ideas: los centros de pensamiento-gestión (think tanks).

De entrada, cabe despejar la ingenua idea de que se trataba de centros donde se congregaban “libres e independientes pensadores”. No eran librepensadores, pues tenían una agenda que diseñar e implementar, a diferencia de los filósofos que se refugiaban en las aulas puramente académicas.

Lo que sí debe resaltarse es que esas agendas eran fabricadas con visión de Estado, con sentido de lo público y del bienestar social, según las ventajas relativas de cada centro investigativo. Unos habrían de focalizarse en lo puramente económico (impuestos, gasto público, crecimiento, productividad), pero en el caso de Estados Unidos había igualmente interés por liderar la agenda en los temas de la alta política internacional (con decisiva incidencia sobre el Departamento de Estado y sus labores de Cancillería internacional).

Para todos ellos era evidente que la sola visión filantrópica del bienestar no los llevaría muy lejos. Lo que se requería entonces era un razonamiento sólido sobre la forma cómo dichos programas de Estado terminarían por transformar la operatividad de la democracia, siendo esta la temática de los politólogos. También sería una tarea central averiguar la manera cómo se negociaba el poder político a escala internacional, tópicos cruciales a la hora de decidir la estrategia que debía adoptarse en la diplomacia de alto nivel. Y, por último, debemos destacar el análisis de mediano y largo plazo que se dedicaba a preguntar cómo podría expandirse el crecimiento y el bienestar social de las naciones. Esta última agenda ha sido par excellence la tarea de los centros de pensamiento-gestión de tipo económico.

¿Cómo se financian esos think tanks?

No se trataba (tampoco) de pensadores independientes, pues se requerían grandes sumas de dinero para diseñar- discutir e implementar dichos programas político- económicos. En unos casos se allegaron dichos recursos de entidades relacionadas con el Estado o con las grandes universidades, pero en otros (y esta es la esencia de los verdaderos centros de pensamiento-gestión) se crearon entidades específicas para tales fines.

Fue así como germinaron famosos think tanks como el conocido Brookings Institution o el Carnegie Mellon, producto de importantes capitales semilla provistos por grandes magnates de Estados Unidos a principios del siglo XX.

Esos capitanes de la empresa privada (tales como Andrew Carnegie, Robert Brookings y, más recientemente, Bill Gates) lograron estructurar instituciones de tal forma que se asegurara su permanencia en el tiempo.

Esto ha sido posible gracias al convencimiento sobre la importancia institucional de estos centros de pensamiento-gestión, que han sobrevivido a los avatares de tipo político y económico. En el caso de Colombia, las dificultades de tipo financiero han tendido a agravarse en épocas de ciclo económico bajo (1981-1986; 1998-2000; o 2015-2018) e inclusive se han enfrentado riesgos de cierre de algunos centros de pensamiento, como el experimentado por el propio Anif durante su difícil tránsito de los años 1982-1986.

Esta incertidumbre financiera ha sido más marcada en los casos en que se ha operado bajo un esquema de afiliaciones (con apoyos financieros periódicos de sus asociados), en vez de contar con el sistema más estable de “capitales semilla”.

Este último fue el sistema preferido en Estados Unidos, a través del esquema de endowments, gracias a tratamientos tributarios que apoyan decididamente la filantropía. Aunque en años recientes ha surgido algo de preocupación por un menor dinamismo del llamado “capital social” en Estados Unidos (Putnam, 2001), la verdad es que se ha llegado a establecer un sistema de verdaderas “donaciones masivas” (de todo tipo), donde cerca del 50% de ellas proviene de hogares con riquezas netas inferiores al millón de dólares.

Esos grandes empresarios estaban convencidos del poder de las ideas, de la importancia de mercadear un ideario colectivo. Sabían, además, por la experiencia ganada en sus empresas productivas, que solo la paciencia de la sociedad civil podría llevar a feliz término los cambios requeridos en la estructura del Estado, tanto a nivel político como económico. En fin, la experiencia les dictaba que no solo basta con tener buenas ideas, sino que la dura tarea de la implementación terminaría por mejorar dichas ideas. Esta simbiosis entre la teoría y la práctica es la que hace la verdadera diferencia entre los niños y los adultos, entre los soñadores y los ejecutivos, entre los filósofos y los pragmáticos.

¿A quién debe interesarle el ideario de estos centros?

Pues esas ideas y esa gestión le deben importar al ciudadano “de a pie”, al que verdaderamente le duele el Estado derrochador, a quien lo apesadumbra el Estado indolente frente a la ineficacia. Igualmente le incumbe la suerte de los think tanks a la sociedad civil organizada en ONGs, gremios, sindicatos que buscan un “país mejor”; estos think tanks también forman parte vital del llamado “capital social”, organizado en clubes y comunidades de todo tipo.

En fin, a todos los ciudadanos de bien nos debería importar (nunca en demasía) la tarea que adelantan los centros de pensamiento-gestión, pues ellos ayudan a trazar e impulsar la agenda socioeconómica del país en cada momento.

Hoy en día estas tareas de difusión-gestión están siendo apoyadas de formas muy diversas, inclusive de forma individual. Tomemos por ejemplo el caso de los llamados blogs personales a nivel de la web. Se trata de sitios de difusión de ideas (en tiempo casi real), con un gran alcance. Se habla inclusive del “borrón de las fronteras intelectuales” a causa de dicho medio de difusión, donde ya no se sabe si la conceptualización debe ser atribuida a tal o cual centro de investigación, o a tal o cual universidad. En la web, la preeminencia del hilo conductor-actualizado del debate se focaliza en dichos blogs, donde las ideas evolucionan rápidamente (no sin riesgos de plagio o, lo que es más grave, distorsión intencionada de las mismas).

No obstante, sería exagerado concluir que esos medios de difusión electrónica podrían llegar a reemplazar el periodismo serio y organizado o, para el caso que nos ocupa, las tareas de conceptualización- difusión que vienen adelantando desde hace más de un siglo los think tanks del mundo occidental.

Somos de la opinión de que, así como resulta imposible que exista un periodismo serio sin periodistas (que ayuden a forjar la opinión más allá de los simples hechos), también sería una quimera pensar que el mercado de las ideas pudiera vivir sin creadores de conceptos y debates públicos como los que promueven los centros de pensamiento-gestión.

A lo largo de sus 45 años de historia, Anif ha logrado una adecuada mezcla entre los aportes financieros de sus asociados (cercanos al 30% del presupuesto requerido para su buen funcionamiento) y los réditos de operación propia (el restante 70%). Estos últimos los logra Anif en su diario trajinar por este duro e interesante mercado de las ideas y de la gestión de la agenda pública.

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