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Analistas 20/02/2019

Vulnerabilidad externa

Santiago Castro Gómez
Expresidente de Asobancaria

El panorama del comercio internacional ha venido suponiendo un reto para la sostenibilidad de las cuentas externas del país y en general para las economías emergentes. La reversión de los términos de intercambio por la caída de los precios del crudo, la desaceleración de la actividad económica en China y algunos países latinoamericanos, así como la debilidad de la Eurozona, continúan planteando retos importantes, aspectos que se suman ahora a la volatilidad en los mercados por la incertidumbre sobre la evolución de las disputas comerciales entre el gobierno de Donald Trump y Xi Jinping.

En Colombia los resultados de los últimos años han sido, en este escenario, ilustrativos sobre los efectos adversos de varios de estos elementos sobre la dinámica comercial. Nuestra balanza comercial pasó de un superávit promedio de 0,6% del PIB entre 2000 y 2013, a un alarmante déficit de 6,1% en 2015, el cual si bien ha venido corrigiendo hacía valores más sostenibles (1,8% en 2018), resultan en todo caso inquietantes para el progresivo cierre de nuestro déficit en cuenta corriente, hoy en niveles 3,6% del PIB.

Más allá de los vaivenes propios del tipo de cambio y de su efecto amortiguador, el hecho es que la dinámica comercial ha evidenciado grandes talanqueras en materia de competitividad y letargos en las cadenas de valor. La anhelada recomposición productiva y exportadora hacia sectores transables diferentes al minero energético ha sido frágil y de allí la lenta recuperación de las ventas externas en los últimos años.

En efecto, más de 60% de nuestras exportaciones corresponde hoy a bienes primarios, mientras que solo 12% corresponde a productos que incorporan tecnología media-alta. El hecho de que el petróleo y el carbón continúen representando cerca de 60% de nuestra canasta exportadora, demuestra que el diseño de políticas para incentivar el desarrollo de productos no tradicionales y de mayor valor, cuya participación hoy tan solo bordea 35% de la canasta exportadora, continúa siendo uno de los retos más apremiantes en materia de política comercial.

No deja ser también inquietante que la recomposición de bienes de capital y maquinaria no haya permitido potenciar nuestro aparato productivo de forma acelerada ni aun en los periodos de fuerte revaluación cambiaria, un hecho que por supuesto luce hoy más demandante con una moneda más devaluada. En efecto, la expansión de 11,3% de las importaciones en 2018, la más elevada desde 2011, ha venido jalonada por una aceleración en las compras de bienes intermedios, que hoy representan 46% de nuestra demanda externa. La materialización de nuestro anhelado y persistente deseo de que el dinamismo importador vaya acompañado de la adquisición de bienes de capital, lo que contribuiría al fortalecimiento de nuestro aparato productivo, hoy sigue siendo esquiva. De hecho, la participación relativa de este componente, cercana a 30%, se ubica hoy por debajo de la observada en 2016, cuando alcanzaba 34%. Falta ver la reacción de los empresarios a los incentivos dados por el descuento de renta y más puntualmente por el descuento de IVA para la compra de bienes de capital, un elemento sin duda esperanzador para dinamizar los canales de inversión.

En síntesis, si bien es cierto que los fundamentales macroeconómicos del país lucen hoy saludables frente a muchos de nuestros pares en la región, nuestra estructura exportadora continúa siendo una talanquera para acotar el déficit en cuenta corriente, uno de nuestros principales lunares en materia de vulnerabilidad externa.

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