Un mundo en viacrucis

En lo corrido del año han sucedido a escala global una serie de hechos en ámbitos como el ambiental, social, económico y sanitario que han modificado la agenda global. La temporada de incendios forestales en Australia, el escalamiento de las tensiones militares entre Estados Unidos e Irán y la propagación del Covid-19, han demarcado la dinámica de estos primeros meses. Sin embargo, ha sido este último fenómeno el que ha arrodillado al mundo y ha suscitado una crisis de alcances inciertos.

Esta pandemia se ha expandido ya a la mayoría de países, ha infectado a más de 1,3 millones de personas y le ha causado la muerte a no menos de 75.000. La magnitud de sus efectos, que a escala global quizás solo sean comparables a los de la Segunda Guerra Mundial, ha evidenciado la vulnerabilidad de la estructura económica y social ante una crisis sanitaria de gran magnitud, desafiando el alcance de la política pública en todos los rincones del mundo.

Las consecuencias de la propagación del virus en materia de crecimiento y destrucción de empleo son inquietantes y no parecen tener precedentes. Hoy las probabilidades no de una recesión, sino de una depresión económica mundial son elevadas. Los efectos de esta amenaza en materia de salud podrían quedarse cortos frente a los efectos en desarrollo y pobreza que traerá un estancamiento a nivel global.

Esto, sin duda, le ha dejado al mundo varias lecciones, entre ellas la fragilidad de los sistemas de salud y la importancia de que los países focalicen recursos para inversión en infraestructura sanitaria. Como nunca, la comunidad médica y científica trabaja sin descanso de forma coordinada para encontrar una pronta salida a esta crisis. Sin embargo, parece que el mundo tendrá que lidiar con esta amenaza por varios meses mientras la comunidad científica encuentra una vacuna, la cual, según varios organismos, difícilmente estaría lista antes de seis o nueve meses.

Todo esto imprime grandes desafíos a los gobiernos sobre cómo controlar y minimizar los efectos en materia de mortalidad al tiempo que se minimizan los efectos económicos derivados de esta crisis. Una dicotomía difícil de resolver, pero a la que tendremos que encontrarle una pronta solución. Las experiencias exitosas de países como Corea del Sur o Taiwán podrían ser útiles en países emergentes que, como Colombia, exhiben una elevada vulnerabilidad.

Hay que destacar, por supuesto, la rápida respuesta que el Gobierno Nacional ha tenido frente a la pandemia, incluso destacada en el ámbito internacional, lo que ha permitido aplanar ligeramente la curva de contagios. Celebro, en este contexto, la decisión tomada el lunes pasado de prologar al aislamiento hasta el 27 de abril, una medida sin duda adecuada para continuar aplanando la curva de contagios y salvaguardar la vida de un mayor número de colombianos. Si bien no se desconoce que tiene implícitos algunos costos económicos en el corto plazo, es fundamental para solventar con éxito esta coyuntura sanitaria y alcanzar una reactivación más rápida y eficaz en los próximos meses.

Este escenario, complejo e incierto como pocos, ha despertado también el espíritu humanitario que caracteriza a nuestros pueblos. La solidaridad y la urgencia de pensar en el otro es hoy una prioridad en los corazones no solo de los colombianos sino del grueso de la humanidad, quienes ven en las angustias de los más vulnerables angustias propias.

Todo esto debe invitarnos quizás a valorar lo verdaderamente importante en nuestra condición humana. Hoy los desafíos son enormes, pero la celeridad con la que logremos superar esta crisis va a depender del correcto accionar de la política pública, de la resiliencia del sector privado y del compromiso de todos los ciudadanos.

Mi anhelo es que esta semana sea una de reflexión y oración por todos aquellos que están teniendo su propio viacrucis. Llenarnos de fortaleza, resiliencia y lucidez para enfrentar esta pandemia es mi gran deseo en esta Semana Santa.