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Analistas 11/04/2018

Lastres en materia exportadora

Santiago Castro Gómez
Expresidente de Asobancaria

Las más recientes cifras en materia de exportaciones que dio a conocer el Dane sorprendieron de forma positiva no solo porque reflejaron un crecimiento de 13,9% anual (bordeando los US$6.300 millones), sino porque los focos de mayor liderazgo fueron la agroindustria y algunos segmentos industriales. Estos resultados, en principio, apoyan la perspectiva de unas mejores condiciones externas para impulsar la actividad local durante este año, pero continúan inquietando en la medida en que las exportaciones de combustibles y de industrias extractivas continúan representando cerca del 57% del total nuestra canasta exportable.

En este sentido, no puede ni debe desconocerse que el conjunto de exportaciones de bienes o servicios, sin relación alguna con el sector minero energético, sigue siendo prácticamente el mismo que el de una década atrás, un segmento cuyas exportaciones anuales no supera el umbral de los US$15.000 millones. Si bien es cierto que en la última década ha habido una recomposición en nuestra canasta de exportadora, el provecho apropiado de los acuerdos comerciales ha sido más bien exiguo y de allí que estos resultados continúen evidenciando enormes lastres en el propósito de consolidar una estructura productiva más moderna y sostenible.

En efecto, desde la puesta en marcha de los beneficios de los tratados firmados con la Alianza del Pacífico en 2006, con Estados Unidos en 2012 y con la Unión Europea en 2013, ningún segmento diferente al minero energético (ME) ha registrado un dinamismo importante que se materialice en crecimientos de dos dígitos. Desde que se firmaron estos tratados, los ritmos de crecimiento promedio anual de las ventas externas en aquellos segmentos diferentes al ME no superan 6,0% en el caso de la Unión Europea, 5,0% en el de la Alianza del Pacífico y 3,0% en el de Estados Unidos.

Lo anterior ha dejado al desnudo que Colombia no solo sigue estancada en materializar las bondades de su estrategia de diversificación, sino que no ha sabido aprovechar los ciclos económicos de auge para fortalecer su estructura exportadora e incrementar la productividad y la competitividad en sus diferentes eslabones productivos. El fuerte choque de los términos de intercambio del periodo 2014-2016 expuso, incluso bajo un tipo de cambio más competitivo, las enormes vulnerabilidades de nuestro aparato exportador y la debilidad de nuestras cadenas productivas de valor. En efecto, la fuerte devaluación que experimentó el tipo de cambio tras el choque, como proceso amortiguador, no ha tenido mayor incidencia en los procesos de reactivación exportadora.

No haber aprovechado de manera contundente la oportunidad de robustecer la provisión de bienes públicos y fortalecer nuestra estructura industrial en pro de la competitividad ha sido uno de los grandes fracasos de la política económica. Los rezagos en el cumplimiento de las metas logísticas para el comercio exterior son hoy abrumadores y continúan siendo un palo en la rueda en los procesos de formación de precios competitivos.

Reducir los cuellos de botella que enfrenta la diversificación exportadora resulta desde luego un imperativo para la política pública y de allí los ingentes retos del próximo Gobierno en este frente. Avanzar en este propósito, ampliando la base y el valor agregado de nuestros productos, no será factible si no contamos con una política económica clara y oportuna que atienda desde la base las talanqueras del sector productivo y exportador.

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