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Analistas 04/02/2021

Secuelas de una crisis

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

El presidente Franklin Roosevelt inició su gobierno en 1933, durante la Gran Depresión, en una situación de crisis económica y social, desempleo masivo, pérdida de confianza en la solvencia de los bancos y un panorama internacional sombrío.

En breve plazo, puso en marcha ambiciosos programas, tales como la creación del sistema de seguridad social y el establecimiento de un seguro federal de depósitos para restablecer la confianza en la solvencia de las entidades bancarias. También implementó planes de emergencia para generar empleo, construyendo obras de infraestructura diversas, sembrando árboles y cuidando parques nacionales. El vigoroso liderazgo presidencial y las reformas económicas y sociales contribuyeron a recuperar la confianza en la democracia.

Un periodista le observó a Roosevelt que, si su programa tendría éxito, él sería el mejor presidente de la historia de Estados Unidos. En cambio, si el programa fracasaba, él pasaría a ser el peor presidente. A lo cual respondió Roosevelt, “en ese caso, yo sería el último presidente”.

Esta anécdota resulta relevante para apreciar las dificultades a las cuales se enfrenta el presidente Joe Biden y también la importancia de que su gestión gubernamental sea exitosa. Para comenzar, Biden recibe una nación dividida. Una emergencia de salud pública, que la administración saliente manejó con ineptitud, ha causado 400.000 defunciones. La polarización política heredada ha dado lugar a un enfrentamiento partidista acentuado. Hay grupos extremistas de oposición dispuestos a utilizar la violencia para impedir el funcionamiento ordenado del régimen democrático. Si Biden logra superar con éxito estos retos, habría recuperado la confianza en la estabilidad democrática de Estados Unidos.

No obstante el traumatismo político causado por el atropello a la sede del Congreso, se pudo llevar a cabo la ceremonia de transmisión de mando en Washington, bajo abundante protección militar para evitar desmanes. En su discurso de posesión, el presidente Biden afirmó: “Prevaleció la democracia.” Esa frase fue destacada en los titulares de primera página del New York Times y del Financial Times. En efecto, la transferencia de poder tuvo lugar en la manera prevista por la ley. Pero que ese hecho sea noticia en una democracia consolidada es un indicio del peligro en que estuvo el ordenamiento institucional de la nación.

La gravedad de lo ocurrido es algo que no debe subestimarse, habida cuenta de sus implicaciones. La invasión al Capitolio el 6 de enero por una horda incitada por el presidente saliente, ha lesionado el sentimiento de autoestima nacional. Se ha puesto en tela de juicio la durabilidad y la fortaleza del sistema de gobierno. A nivel internacional, le ha causado un serio perjuicio a la reputación de Estados Unidos. Cuando ocurrió el ataque al Congreso, Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York, declaró: “nadie en el mundo volverá a vernos, a respetarnos, a temernos o a depender de nosotros de la misma manera. Si el comienzo de la era posterior a la americana tiene fecha, casi con certeza, esa fecha es hoy”

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