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Analistas 19/04/2015

Los brazaletes inteligentes han llegado

La República Más
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Entonces, esta es mi patética versión de una gran idea: usables como el Apple Watch de hecho sirven una función muy distinta a la de los equipos móviles previos. Un teléfono inteligente es útil principalmente porque permite dar seguimiento a cosas; los usables serán útiles principalmente porque dejan que cosas den seguimiento a uno.

Como lo he escrito antes, en estos días uso un Fitbit, no porque quiera mediciones exactas sobre mi régimen de acondicionamiento físico (que probablemente no estoy recibiendo), sino exactamente porque esta cosa me espía todo el tiempo y, por tanto, no deja que me mienta a mí mismo con relación a mis esfuerzos. Y para tener ese beneficio, no tengo que leer información del equipo; la versión básica del Fitbit es simplemente un brazalete en blanco que comunica información vía Bluetooth. Lo único que necesito es revisar cómo voy una o dos veces al día.

Ahora bien, en este caso se supone que el único receptor de esta información soy yo (aunque hasta donde sé, la Agencia de Seguridad Nacional también me está siguiendo). Pero es fácil imaginarse cómo un brazalete que provee información a los demás podría ser muy útil (es fácil imaginárselo porque ya sucede en Disneylandia, donde el usable “MagicBand” lo sigue e informa a los juegos que usted ha comprado un boleto e informa a los restaurantes cuando llega.

Sé que su teléfono puede hacer algunas de estas cosas, pero un equipo usable puede recabar más información y al mismo tiempo ser, bueno, ya sabe, usable.

¿Pero la gente querrá una experiencia tipo Disneylandia en el mundo real? Es casi seguro que la respuesta sea afirmativa.

Considere la así llamada “Regla de Varian”, que dice que se puede pronosticar el futuro analizando lo que los ricos tienen ahora; esto es, lo que la gente afluente va a querer en el futuro es, en general, parecido a lo que únicamente los verdaderos ricos pueden costear ahora.

Bueno, una cosa muy clara que surge cuando alguien pasa algo de tiempo con los ricos (y una de las pocas cosas que yo, que en términos generales nunca me preocupo por el dinero, a veces envidio) es que los ricos no hacen fila. Tienen lacayos que garantizan que haya un auto esperándolos al borde la acera, y que el jefe de meseros los lleve directo a su mesa.

Y es bastante obvio cómo los brazaletes inteligentes podrían imitar parte de esa experiencia para los simplemente afluentes. La aplicación para reservaciones provee al restaurante la información que necesita para reconocer su brazalete, y quizás haga que su mesa aparezca en el reloj para que no se arremoline en la entrada y simplemente entre y se siente (lo que ya sucede en Disneylandia). O que simplemente entre directo al concierto o película para la que compró boletos, sin necesidad de siquiera escanear el teléfono.

Y estoy seguro que hay mucho más; todo tipo de servicios para contextos específicos que no tendrá que pedir, porque los sistemas que lo siguen saben en qué cosas anda y qué va a necesitar. Sí, como que puede sonar espeluznante. Incluso en presencia de protocolos que supuestamente fijen límites, revelando solo lo que quiere y a quien quiere, probablemente habrá una expansión de su perfil público y una contracción de su espacio privado.

Aquí hay dos puntos relevantes. Primero, la mayoría de la gente probablemente no tiene mucho de qué ser privado: la vasta mayoría no tenemos dobles vidas y secretos profundos. A lo sumo tenemos vicios menores, y la verdad es que a nadie le importa. En segundo lugar, la falta de privacidad de hecho es parte de la experiencia de ser rico; el chofer, las empleadas de la casa y el portero lo saben todo, pero se les paga para que no lo digan, y lo mismo sucederá con sus versiones digitales para la clase media alta. Los ricos ya viven en cierto tipo de estado de vigilancia privatizada; ahora (de cierta forma) se está democratizando la oportunidad de vivir en jaulas doradas.

Entonces, esa es mi opinión de dos pesos. Pienso que los usables se volverán dominantes muy pronto, pero no para que la gente pueda verse las muñecas y aprender algo. En cambio, existirán para que la ubicua red de vigilancia los pueda ver, y darles cosas.

Inquietudes de privacidad

Apple planea empezar a vender el 24 de abril su Apple Watch, un reloj inteligente que funciona como compañero del iPhone de la empresa y que cuenta con aplicaciones como un seguidor de estadísticas de salud.

El reloj representa la primera categoría nueva de producto de la compañía de los últimos cinco años, y la primera desde la muerte de Steve Jobs, el cofundador de Apple. El modelo básico costará 349 dólares, y las ediciones de lujo valdrán hasta 17,000 dólares.

Según algunos cálculos, el equipo se anotó casi un millón de preórdenes de compra durante su primer día de disponibilidad, poniendo la demanda del Apple Watch bien por encima de la creada por las primeras generaciones del iPhone y el iPad.

El reloj se ha vuelto popular pese a algunas críticas a su funcionabilidad. Por ejemplo, Apple ha comercializado la habilidad del equipo para rastrear estadísticas de salud, incluyendo el ritmo cardiaco y número de pasos tomados por la persona que lo usa, pero algunos brazaletes de la competencia ofrecen funciones similares por una fracción de su precio.

Los analistas también han vociferado preocupaciones por la seguridad de los datos de salud acopiados por equipos usables como el Apple Watch. Aunque Apple ha prometido que no recabará información de los usuarios, los defensores de la privacidad han señalado que algunos productores de aplicaciones de salud populares entre teléfonos inteligentes venden rutinariamente a terceros información de los usuarios.

“Lo que realmente me preocupa es este desplazamiento hacia la recolección pasiva constante y el desgaste de las reglas que rodean el consentimiento para la recolección”, dijo Álvaro Bedoya, director del Centro Georgetown para la Privacidad y la Tecnología, en entrevista con Kashmir Hill, un editor de Fusion, en un artículo publicado el mes pasado.

“Apple ha hecho mucho para evitar que comercializadores de datos absorban la información automáticamente, cosa que es realmente buena”, dijo en el mismo artículo Pam Dixon, del Foro Mundial de Privacidad. “Pero una fuente secundaria puede obtener la información si el usuario lo permite”, agregó.

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