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Los Bancos Centrales son la primera línea de defensa con la que cuenta una economía cuando las cosas van mal. Son una fuerza de reacción inmediata que con gran velocidad y usualmente sin las peripecias políticas con las que debe lidiar la política fiscal, puede reaccionar ante nuevos eventos adversos. Cuando este tipo de acontecimientos transitorios asoman la cabeza, los emisores suelen bajar las tasas de intervención para acelerar el retorno de la economía a niveles de actividad económica adecuados (el ingreso potencial es el nombre que usan los economistas en su jerga para referirse al nivel adecuado de actividad económica).
Comparado con las previsiones de hace unos meses hemos pasado de proyecciones de crecimiento para este año que rondaban el 5% a números dos o tres puntos porcentuales más pequeños. Con ese dato a secas, uno esperaría que el Banco Central hubiera activado el primer contingente de defensa contra enfriamientos económicos. Sin embargo, no lo ha hecho. Es más, la última vez que movió las tasas, en septiembre pasado, fue para incrementarlas, no para bajarlas, como si en lugar de mandar avanzar al primer contingente, le hubiera ordenado retroceder.
¿Por qué no ha salido ese contingente al combate? La primera razón es que si avanza deja descubierta la retaguardia de la inflación que también está a su cargo. La inflación interanual se sitúa en 4,64%, por encima de límite superior del rango meta que el Emisor estableció para este año. El temor es que al combatir la caída del crecimiento se alimente la inflación, se afecte la credibilidad del Banco y por tanto su efectividad en las batallas futuras. Si bien ese es un argumento que hay que sopesar, lo cierto es que una vez pase el efecto de la devaluación, la inflación debería retornar a la senda deseada. Además, desde la última subida de tasas por parte del Banco, la inflación interanual se ha trepado con lo cual la tasa real de intervención ha caído. Dejar la tasa quieta es como haber mandado avanzar en secreto a una parte del batallón.
Hay una segunda razón por la que probablemente el Banco no ha actuado con vehemencia. Esta columna comenzó con la afirmación según la cual los contingentes del Banrep salían al campo de batalla si la actividad económica caía transitoriamente por debajo de la potencial, si la producción bajo esa métrica lucía fría. Pues bien, parte del debate está en la validez de esa premisa. Si bien es cierto que las perspectivas de crecimiento económico colapsaron a casi la mitad en menos de un año, algunos argumentan que la economía no está coyunturalmente fría sino que se está ajustando a una nueva senda de actividad potencial coherente con la nueva realidad petrolera. Esta hipótesis sostiene que veníamos en la cresta de una ola que empezó a caer y cuyo destino es un nivel del agua más bajo que el de partida. Como el Banco puede mandar batallones a lidiar con los estragos del oleaje pero no a combatir el nivel del mar, sugieren que suba las tasas para que la ola regrese más rápido al nuevo nivel del agua y no empuje en el camino a la inflación.
Evidentemente alguna de las dos hipótesis-que el golpe es transitorio o que es permanente-está mal y sólo a la vuelta de algunos años sabremos cuál. Ante la incertidumbre, la Junta previsiblemente esperará algunos meses antes de tomar partido. Cuando se mueva sabremos por cuál hipótesis se decantó. El lío es que esperar tiene peores consecuencias si la economía pedía aire que si pedía freno.