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Analistas 14/08/2018

Impresiones habaneras

Marc Eichmann
Profesor MBA Universidad de los Andes
Analista LR
La República Más

La Habana le recuerda a los colombianos el proceso de paz con las Farc y varias décadas de espíritu revolucionario que inspiraron sobre todo a la población estudiantil. Desde los años sesenta, la idea de un país que se le enfrentó al Tío Sam exitosamente, donde la salud y la educación son gratuitas y universales y, el programa de deportes estatal sacó campeones olímpicos en muchísimas disciplinas, puso a soñar a toda una generación sobre modelos alternativos de desarrollo al capitalismo.

Hoy, La Habana, con su encanto colonial, representa para sus visitantes una experiencia de un surrealismo particular. A nivel de infraestructura, su centro histórico de casas construidas en el estilo clásico impresiona por la dualidad entre la majestuosidad de las edificaciones y su aterradora falta de mantenimiento. Más que descuido por parte de los cubanos en sus viviendas, la falta de insumos tan básicos como el cemento y el vidrio hace que las fachadas sean solo alusiones a su pasado y testigos del paso del huracán Irma.

Los guías turísticos que deambulan por La Habana vieja repiten incesantemente su libreto descriptivo de la casa del Che, de los castillos y de su capitolio, uno de los pocos edificios remodelados. Insisten, a medida que van ilustrando a los turistas, sobre la igualdad de los cubanos bajo su régimen actual, mientras se contradicen afirmando que los más afortunados en la isla son aquellos que trabajan en el turismo, dada la cercanía a las divisas. Como guías pueden ganar mil dólares al mes, mientras un médico puede tener una remuneración de US$50.

Como en cualquier ciudad del mundo, en La Habana hay barrios más apetecidos que otros. En contraste con los barrios derruidos hacia la zona de la refinería, el sector de Miramar, donde se encuentran las residencias de los altos funcionarios del partido comunista, tiene visos del barrio Alto Prado de Barranquilla, con mansiones que, a pesar de su majestuosidad, también denotan falta de mantenimiento. Las viviendas son propias y en su gran parte heredadas, dada la prohibición de venta de éstas por parte de las autoridades.
Sigilosamente y entrados en confianza, los conductores de taxi confiesan nunca haber conocido a los altos dignatarios del partido comunista. Ellos, desde sus mansiones, se hacen sentir en la capital cuando sus convoyes de carros atraviesan a alta velocidad. Tienen acceso a insumos importados y no mercan en las tiendas desabastecidas donde el más experto participante del programa Master Chef tendría dificultades en hacer un almuerzo decente. Algunos cubanos privilegiados, con una autorización estatal, han montado paladares, restaurantes privados que los han conformado como una clase de nuevos ricos emergentes.

La música anestesia las dificultades del pueblo, pero le impide vivir las realidades diarias. La falta de libertad de expresión y la imposibilidad de salir del país se suman a los males cotidianos. De regreso a Colombia, el aeropuerto internacional José Martí no contaba con aire acondicionado ni agua en los baños. Tal vez esta fue la única realidad del pueblo cubano a la cual estuvieron expuestos los negociadores de las Farc.

Por el bien de Colombia, un viaje a Cuba debería ser obligatorio para que nuestros estudiantes vean el impacto en los ciudadanos de una economía donde a las fuerzas del mercado no les permite operar.

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