MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Se podría decir que la campaña de 2018 fue la campaña perfecta. Duque, un virtual desconocido meses antes ganó la contienda presidencial sin mayores dificultades, en lo que ha sido, tal vez, el ascenso al poder más expedito de la historia colombiana. La formula consistió, primero en hacer una consulta interna de los candidatos de la derecha, lo que les permitió dar a conocer a los participantes de lo que fue, en esencia, un reality electoral que copó la agenda política durante semanas y, que, como suele ocurrir en este tipo de concursos, lo acabó ganando el joven carismático que sabia tocar la guitarra.
Luego, definido el que dijo Uribe, y ya con un respetable registro en las encuestas el triunfador de la temporada salió a buscar sparring. Había dos, Vargas Lleras, putativo candidato del Gobierno y Sergio Fajardo, un moderado cuya mayor virtud es ser “tibio”. Ninguno le servía. El primero porque había elaborado su propio camino político y los resultados de su extraordinaria gestión en materia de vivienda e infraestructura hablaban por sí solos; el segundo, porque era un hombre de convicciones centristas que satisfacían las expectativas de buena parte de los electores. De confrontarse con cualquiera de ellos en la segunda vuelta presidencial la derrota era casi segura.
Se necesitaba por lo tanto a un enemigo que generara repulsión y miedo, ese sentimiento tan efectivo para mover la aguja de las decisiones electorales. Por eso fue providencial cuando Petro le ganó a Fajardo en la primera vuelta. ¿Qué mejor que la reencarnación colombiana de Hugo Chávez como contrincante? La campaña de la segunda vuelta fue como la etapa de los Campos Elíseos en el Tour de Francia: un paseo dominguero que culmina en la premiación. Solo había que recordarles a los electores la calamidad de lo que sería un país manejado por Petro para motivarlos a depositar su voto por cualquiera diferente.
Con las elecciones de 2022 ad portas uno pensaría que los estrategas de la derecha están desempolvando los manuales de su campaña perfecta. Al fin y al cabo, lo que funcionó como un relojito antes debería funcionar ahora: emitir la segunda temporada del reality, escogiendo a un candidato potable (quizás a un hombre decente y ecuánime como Oscar Iván Zuluaga) para luego inflar como un globo a Petro y someternos a la desagradable decisión de elegir por la negativa, igual que ocurrió en 2018.
Sin embargo, mucha agua ha pasado debajo del puente. El país enfrenta una crisis sanitaria, económica y de seguridad que ha enterrado al Gobierno bajo una avalancha de desprestigio irreparable. Las calles siguen incendiadas, la gente quiere un cambio y padecemos una lenta pero inexorable corrida cambiaria que dice todo sobre la confianza en el país. Inflar a Petro en esos momentos para replicar la jugada del 2018 es una apuesta demasiado peligrosa. Esta vez puede que el voto de rechazo no sea en contra del candidato de la izquierda sino en contra del candidato que represente la continuidad de nuestra desastrosa situación.