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Analistas 22/12/2021

Colombia como Chile

La victoria de Boric convertirá a Chile no en Venezuela, ni en Cuba ni en Nicaragua: lo convertirá en Colombia.

Lo digo sin ironía. No es que ahora Chile se llene de cultivos de coca, bandas criminales, carteles de la contratación, tráfico imposible, obras inconclusas y todas las demás aflicciones que nos aquejan. Chile con Boric y con su nueva constitución probablemente dejará de ser el Chile que conocemos y se convertirá, institucionalmente hablando, en un país más parecido a Colombia.

Y eso es bueno.

A diferencia de España, donde los mismos franquistas enterraron el franquismo, en Chile el pinochetismo sobrevivió a través de la constitución de 1980, la cual, aunque se le han hecho modificaciones y tiene un carácter democrático, plasma aún el talante conservador de la dictadura. El reflejo más claro de esto es lo que algunos llaman el “modelo chileno”, que no es otra cosa que la implementación de las recetas anarco-capitalistas que estuvieron de moda en los años ochenta.

Estas funcionaron mientras los beneficios marginales del crecimiento económico fueron superiores al costo social. La privatización de buena parte del estado de bienestar resulta llevadera mientras la gente pueda pagar. Cuando se ven ahorcados y no lo logran, o cuando unos lo logran y otros no, empiezan los problemas y, si a esto se le suma una atmósfera confesional decimonónica, donde los derechos de las minorías sexuales y étnicas y los derechos reproductivos de las mujeres son ignorados, el plato esta servido para que el sistema implosione, como en efecto ocurrió.

En esto Colombia, (por fortuna) siempre con sus aguas tibias, lo hizo mucho mejor. Nunca nos tragamos por entero el jarabe thatcheriano; creamos fondos de pensiones pero mantuvimos el régimen público; implementamos un sistema de salud universal de naturaleza publico-privada que es el mejor del continente; ampliamos los programas de atención social para reducir la pobreza; en materia de legislación laboral fuimos tímidos en la flexibilización, mantuvimos la infraestructura del control cambiario, bajamos aranceles pero aumentamos barreras no arancelarias y, en general, le mamamos gallo al neoliberalismo. Tenemos una constitución llena de derechos y unas cortes militantes que los amplían a cada rato (últimamente hasta a los animales) y permitimos el matrimonio gay, la adopción por parejas del mismo sexo, el aborto y la eutanasia; reconocemos la diversidad étnica de la Nación, recibimos a los extranjeros por millones y les hemos dado prerrogativas a las comunidades autóctonas y afro a través de exorbitantes consultas previas, además de convertirlas en los mayores terratenientes del país. Cuando los jóvenes se tomaron las calles este año no pedían que se cambiara la constitución, sino que se cumpliera.

Todo esto desagrada a los fundamentalistas del mercado y a los camanduleros nostálgicos a. Y cuesta un dineral que a duras penas podemos pagar. Pero somos por eso un mejor país. Ojalá Chile, con los cambios que se avecinan, se parezca un poco más a nosotros.

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