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Hace unos pocos días tuve la oportunidad de estar en Suiza visitando una de las mejores universidades del mundo en materia de hotelería y gastronomía; al hablar con una de las directoras del programa, nos contó que hacen pruebas aleatorias a los estudiantes para encontrar en el cuerpo residuos de alucinógenos y en caso de encontrarlos, es expulsado el alumno; también las mujeres y los hombres tienen que vestir de manera formal para todas sus clases.
Al preguntar la razón de tantas obligaciones, que en otros países serían una violación “al libre desarrollo de la personalidad”, contestaron firmemente que así como gozan de todas las libertades al estar solos, deben cumplir con todas las exigencias, pues se están formando para ser los futuros chefs, consultores y gerentes de los mejores restaurantes y las mejores cadenas hoteleras del mundo, ellas tienen unos requisitos, y es deber de la escuela dar la mejor formación para que salgan al mundo laboral.
Uno de los profesores que nos acompañó, atribuía gran parte del éxito del país a la disciplina: los suizos convirtieron en oportunidades su ubicación estratégica; la falta de recursos naturales los volvió una potencia en la transformación y hoy Suiza, sin producir una pepa de café, es el mayor exportador del mundo gracias a Nespresso, situación que se repite con el chocolate.
Colombia se ha vuelto experta en exigir derechos y protegerlos; con tal excusa ya los estudiantes pueden asistir casi como quieran; ni qué decir de las universidades donde gracias al “libre desarrollo de la personalidad” cualquier pasillo tiene derecho a oler a marihuana.
Colombia tiene un gran potencial para desarrollar su motor turístico y volverse una potencia gastronómica, con muchos más recursos naturales que Suiza y con paisajes inolvidables; no ha sabido canalizar su potencial. Es cierto que las cifras del turismo han mejorado a lo largo de los años, nada más en 2018 se registraron más de cuatro millones de visitantes; pero también es cierto que grandes paisajes tienen una alimentación precaria y la industria hotelera aún no cobija todos los lugares que pueden ser explorados, como Palomino en La Guajira o la región cafetera; aunado a ello tenemos una gran diferencia con Suiza y es el servicio al cliente; allí la sonrisa, el bilingüismo y la atención al turista casi que pareciera vienen en el ADN del residente; aquí en cambio el segundo idioma es la excepción, y a diario se oyen casos del abuso al turista: solamente esta semana se le intentó cobrar $250.000 por 10 cervezas a unos extranjeros en Cartagena.
Es utópico intentar ser como Suiza, pero merecemos aspirar a parecernos en muchas cosas; ojalá la formación de estudiantes, profesores y mandatarios pasaran por las mejores escuelas; tal vez viviendo las experiencias se logre implementar en el país un estilo con altos estándares que apele más a la obligación que a un vago libre desarrollo de la personalidad.