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Analistas 26/07/2020

Globalización vs. nacionalismo

Ignacio-Iglesias

Hasta hace apenas unos meses y con todos los “peros” que le pudiéramos poner, una gran parte de la humanidad daba por buenos todos los logros que se estaban consiguiendo como consecuencia de la globalización. Como casi siempre, la manera de cómo evaluamos esos logros, qué cifras tomamos para llegar a esas conclusiones y cómo las interpretamos, cuánta de la información de la que disponemos usamos para validar dicha afirmación, es muchas veces, como poco, cuestionable.

La realidad es que, si nos vamos a los números de crecimiento del PIB mundial, hay que admitir que ha ido creciendo en los últimos años y a eso ha contribuido la globalización de las relaciones políticas, económicas y comerciales entre países, organizaciones supra nacionales, territorios fronterizos con intereses comunes… Sin embargo, si lo extrapolamos al detalle puntual, a la forma y condiciones de vida de determinados pueblos, zonas geográficas o clases sociales, más de uno cuestionará la afirmación anterior y pondrá sobre la mesa una frase que se ha acuñado mucho durante los últimos meses a raíz de la pandemia: hay mucha gente que “se está quedando retrasada” y que las diferencias entre los que más y menos tienen son cada vez mayores. Hay crecimiento, sí, pero con inequidad.

Hace un par de semanas que acabé un libro de un médico, profesor de salud internacional y divulgador (sus charlas TED se han visto más de 35 millones de veces), llamado Hans Rosling que se titula “Factfulness”. En la portada del libro se recoge una frase que a muchos puede sorprender: “… diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo y por qué las cosas están mejor de lo que pensamos”. A lo largo de poco más de 300 páginas, intenta que reflexionemos sobre el mundo y nuestra forma de entenderlo, simplemente contestando a trece preguntas.

Una nota al respecto de las contestaciones de más de 12.000 personas de diferentes países y formación (todas ellas con estudios superiores y diversas ocupaciones), a dichas preguntas: dejando la última de la serie al margen, se refería a qué pasaría con la temperatura global del planeta en los próximos 100 años y que fue contestada bien por 80% de los encuestados, ninguno de los 12.000 fue capaz de contestar bien a las doce preguntas restantes y 80% sólo contestó bien a un máximo de tres preguntas.

No es cuestión de compartir en este artículo las preguntas, para hacer la prueba con los lectores porque entre otras cosas me parece poco ético y respetable, pero os aseguro que para todas ellas tenemos, en teoría, información y conocimientos para contestar, aunque la gran mayoría lo haría de forma errónea

¿A qué viene todo este inciso? A que hay una realidad incontestable que reflejan los números “reales y correctamente interpretados” y no es otra que poder afirmar que nuestra situación actual es considerablemente mejor, no que hace un siglo, lo que resulta evidente, sino que mejora año tras año. Y cuando hablo de mejora, hablo de datos referentes a escolarización, pobreza extrema, esperanza de vida, vacunación, muertes por desastres naturales o violentas, especies animales en extinción, acceso a agua potable y a electricidad….

Siendo así, ¿por qué entonces puede haber tanta gente que piense que nuestro mundo es un auténtico desastre y que vamos “para atrás como los cangrejos”? En el libro te apunta las razones, pero hay muchas que están asociadas a la forma de llegarnos la información y qué información nos llega: la desgracia vende más que los avances y las mejoras continuas, pero “silenciosas”, no se consideran mejoras. Así difícil ser positivos. Os recomiendo que, si tenéis oportunidad, leáis este libro. La sencillez en las explicaciones es demoledora y al mismo tiempo transparente.

Dicho lo anterior, llega 2020 y debido a un virus incontrolable y mega contagioso, el mundo se desbarata y los vendedores del apocalipsis terrenal, encuentran un fácil caldo de cultivo para expandir sus soflamas incendiarias y cuestionar absolutamente todo lo que ha significado el desarrollo de la humanidad en las últimas décadas para volver a pensar en sistemas autárquicos, nacionalistas, cerrados, donde lo local o la cercanía prime sin condiciones sobre la dependencia de otros.

De repente hemos sufrido una amnesia de todo lo que han significado los acuerdos comerciales internacionales, las cadenas de suministro plurinacional, geográficamente cercanas y complementarias que han permitido acceder a miles de productos que hasta hace poco eran patrimonio de los más favorecidos económicamente y ahora mejor “refugiarse en nuestros cuarteles de invierno”, desconfiar de todo y todos, llegando incluso a practicar un “racismo vírico”, término que ya usé en el artículo anterior y pensar que lo importante y más necesario hay que resolverlo en casa o, como mucho, en casa del vecino.

Como también se analiza en el libro al que he hecho referencia es mucho más fácil defender posturas tan encontradas asentándonos en los extremos que defendemos y buscando sólo aquellos argumentos que refuercen nuestras ideas, en lugar de dar oportunidad a aceptar lo que pueden decir los que están en nuestras antípodas.

Es cierto que en esta crisis que estamos viviendo se ha puesto en evidencia que tener una total servidumbre de terceros, de los que ya recelábamos, pero que aceptábamos por la razón que fuera, se ha convertido en un riesgo real y es necesario tener una cierta autonomía productiva que en momentos como el actual nos evite sonrojos, retrasos injustificados en las entregas de ciertos productos, sobre precios, dependencia absoluta que generen incomprensiones y críticas absolutamente razonables de la ciudadanía. Pero lo dicho, no significa que reneguemos de todo lo bueno que se ha logrado por la infinita interconexión existente hoy en día. Simplemente tenemos que intentar aunar lo mejor de las dos opciones, porque si optamos ahora por la vuelta a “yo puedo con todo y no necesito de los demás”, quizás logremos ahuyentar los comentarios negativos sobre nuestra gestión antes mencionados, pero a costa de unas ineficiencias (carestía y falta de capacidad de producción adecuada), que también pueden tener impactos perniciosos en nuestra economía.

Lamentablemente en estos momentos de tanta incertidumbre y zozobra más que justificada es donde los populismos de uno y otro lado encuentran razones para alimentar sus argumentaciones nacionalistas disparatadas y nos corresponde a los que todavía creemos que varios sumamos más que uno solo, que el camino que estamos recorriendo es el adecuado si bien sujeto a las necesarias correcciones y ajustes para hacerlo todavía más eficiente y, por ende, que nos ayude a seguir teniendo un mundo que mejora día a día como dice Rosling, aunque eso no sea noticia de interés para muchos medios de comunicación, que seguirán prefiriendo destacar el terremoto de Nueva Zelanda donde ha quedado sepultado un pueblo semi despoblado, que algo mucho más determinante para nuestro mundo como es que en los últimos años se ha logrado que 80% de la población infantil mundial al menos haya sido vacunada contra alguna enfermedad (esta pregunta refiriéndose al porcentaje de población infantil, sólo fue contestada bien por apenas 13% de los encuestados).

Muchas veces en la mitad está la virtud y eso no significa ser tibio. De los errores, se aprende. Aprendamos, pero no reneguemos.

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