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Analistas 22/12/2018

Ciencia, religión, política

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

Desde el siglo XI hubo separación en Occidente entre las instituciones de la religión y las de la política. La Iglesia de Roma estableció su autonomía para imponer normas de conducta diferentes de las impuestas por la autoridad secular. La reforma protestante y la modernidad fracturaron la hegemonía de Roma y establecieron el principio de que el credo prevalente en un territorio debería ser el de su gobernante. La ciencia desde Galileo Galilei precipitó la gran crisis de preceptos religiosos. El cristianismo ha aceptado la reducción de su ámbito, aunque aún en el siglo XXI no faltan grupos que niegan la evolución de las especies.

Occidente, incluida Latinoamérica, hoy no suma más de un quinto del total de la población mundial. Las demás culturas, en particular las islámicas, en esencia sunitas y shiitas según la interpretación que se prefiera de la sucesión del profeta Mahoma, la de China y la de India, no comparten el respeto occidental desde la posguerra por los derechos individuales fundamentales. Las aparentes incompatibilidades tienen raíz en diferencias económicas y en resentimientos derivados de conductas inapropiadas en las ocupaciones imperiales; mientras existan estas causas será difícil alinear voluntades para atender las obligaciones de carácter social y ambiental que afloran de las actuales circunstancias y sus contrastes. Sin embargo, por haber sido los poderes dominantes hasta la segunda guerra mundial, los países de Occidente tienen peso importante en la construcción de ideología en todo el globo.

No hay solución intermedia para la especie. Los desafíos ambientales e institucionales para evitar destrucción masiva y muchos muertos si se materializan las grandes amenazas no admiten soluciones intermedias. La conciencia colectiva está muy lejos del estadio apropiado para enfrentar la tarea, y las organizaciones religiosas hoy no tienen sintonía adecuada con la realidad. Los errores del pasado no dan tregua; la dimensión de la tarea exige que todo el ordenamiento se transforme. Hoy hay más capacidad crítica que en la época de las cruzadas, pero la ideología dominante no acepta que es necesario asumir sacrificios por convicción ética de carácter superior. Tanto lo público como las organizaciones religiosas deben apoyarse más en la ciencia y en la ética para lograr soluciones adecuadas a los problemas que enfrentan. La ciencia, por su parte, no debe ceder a la tentación del beneficio económico, pues su propósito central es la búsqueda de respuestas que desembocan en nuevas preguntas. Su papel es decisivo en el examen de la libertad, antes derecho natural y hoy más bien propósito: somos producto de nuestra genética y de nuestro entorno, y es imposible discernir cuánto pesa cada uno de estos factores. Esta responsabilidad de la ciencia puede ser incompatible con la vocación de lucro.

La Constitución de Colombia, por su parte, entroniza el libre desarrollo de la personalidad. Es difícil materializar este derecho sin tener en cuenta la complejidad de la maraña que conforman los propósitos expresos de cada ciudadano, siempre difíciles, y en algunos casos imposibles de conjugar. Religión, ciencia y política deben aportar, cada una desde su ángulo, elementos para construir un mundo sostenible desde lo social, lo económico, lo ambiental y lo institucional, sin pretensión de solución definitiva.

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