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La semana pasada el presidente Iván Duque anunció con bombos y platillos que Netflix decidió abrir oficinas en el país y que, con esto, el país está un paso más cerca de ser el Silicon Valley latinoamericano. De ciencia ficción resulta querer comparar las condiciones para la innovación, desarrollo y el crecimiento empresarial, así como el incentivo a promover nuevos negocios de ese lugar con las de Colombia. ¡Qué Silicon Valley nos perdone el atrevimiento!
Un país -sin la reforma tributaria que se quiere presentar- con un porcentaje cercano a 70% de carga tributaria para las empresas, en las que, según las cifras del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, tan solo hay 15 accesos a internet por cada 100 habitantes, en el que construir infraestructura de conectividad es casi imposible, con cifras de analfabetismo (que solo mide lectura y escritura) de 10% de la población del país, sumado a los resultados del pruebas Pisa, más la dificultad y altos costos en el acceso a financiación, nos convierten en antagonista de Silicon Valley.
Como si no faltara más en este cóctel venenoso para las empresas, se suma nuestra incapacidad de generar seguridad jurídica a través del sistema de justicia que resuelve los conflictos en el país, lo que nos ubica en puestos poco honrosos en las calificadoras de riesgo. No podemos dejar de lado que Colombia es un país altamente corrupto y con altos costos logísticos que harían que se debiera tomar más en serio afirmar que vamos por el camino del ecosistema de Silicon Valley.
Pero veamos la apuesta en ciencia, tecnología e investigación que tiene el país: nos rajamos de lejos, pues somos una nación que priorizó agendas inútiles y con impacto cortoplacista. En Colombia es más importante un abogado que un ingeniero. En Colombia se gradúan anualmente 20.000 abogados, mientras las escuelas de ingeniería, ciencias y similares cada vez tienen menos estudiantes, y los pocos que terminan deben buscar migrar a otros países donde sí se haga investigación científica.
Estamos tan crudos que el Sena (a pesar de contar con programas de formación en tecnología) sigue obsesionado en formar en panadería y otros oficios que, si bien son necesarios, no son lo que está exigiendo el mercado laboral, y mucho menos el ecosistema de tecnología que cada vez se vuelve más relevante a la hora de contratar. Tan solo en Colombia hay un déficit de 50.000 programadores de software, es decir, que existen las vacantes y no hay quien las ocupe. Esto sucede por dos sencillas razones: la primera es por la baja apuesta del país a las carreras Steam (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Artes y Matemáticas), y la segunda, que lo poco que se forma en estas áreas, por lo general, está desactualizado respecto a lo que exige el mercado laboral. Es como si le enseñaran a hablar en latín cuando en donde va a trabajar se habla español. ¿Todavía decimos que estamos cerca?
Las decisiones de Netflix o Amazon son eminentemente comerciales. No puede afirmarse, con base en las virtudes de otros, que es una apuesta por un ecosistema. No nos quieran ver la cara de tontos con un discurso que pretende acomodar una agenda política con una decisión empresarial muy lejana del contexto que se le quiere dar. Hay que dejar de ser como el mentiroso compulsivo que se cree sus propias mentiras. Así que, estimadas y estimados lectores, es hora de tener pensamiento colectivo y buscar una agenda nacional que cambie por fin el rumbo de un barco que va rumbo al naufragio.