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Analistas 10/03/2022

Marketing de género

Guillermo Cáez Gómez
Socio Deloitte Legal
GUILLERMO CAEZ

El pasado martes ocho de marzo, como es costumbre en muchos países, se conmemoró de nuevo el trivializado y mercadeado “día de la mujer”. Para muchas marcas se convirtió en una obligación publicar durante esta ocasión, en sus páginas en internet y sus redes sociales, mensajes destacando el rol de la mujer en sus organizaciones.

Si bien como hombre me es muy difícil entender las dificultades a las que se enfrentan las mujeres en su vida personal y profesional, en mi vida he tratado de generar en mis reflexiones el suficiente estado de conciencia para tratar de comprender cómo, desde mi lugar de privilegio, puedo aportar a la ruptura de la desigualdad. Además de acciones concretas para eliminar de mi vida malos comportamientos completamente normalizados en nuestros entornos como los chistes machistas, los estereotipos de género (como la habilidad o no al manejar) y la objetivización de la mujer, entre muchas otras conductas, una de las que creo que vendrían bien en las organizaciones es la de fijarse metas de liderazgo ético en esta materia.

Desde mi punto de vista, el género en algunas organizaciones se ha convertido, más que una creencia o filosofía real, en una obligación por la que hay que “darles gusto” a los comités de género solo para “evitar que sigan molestando”, cuando la igualdad -entendida como tratar a cualquiera de la misma manera sin importar condiciones de género, raza, etc.- no solo es un derecho sino un deber de todo ser humano. Obviamente no todo es malo: existen líderes que realmente impregnan organizaciones con el ADN del respeto y la igualdad entre géneros, pero en esta columna quisiera dejar sembrada la duda sobre la verdadera intención del derroche publicitario en favor de la mujer todos los ocho de marzo.

Sin duda los recursos económicos, de tiempo y publicitarios que se invierten en visibilizar la labor de la mujer todos los años en esta misma fecha podrían destinarse a garantizar la igualdad salarial, evitar el llamado techo de cristal y brindar una pedagogía seria que nos haga entender a los hombres -y, por qué no, a algunas mujeres que no se identifican con la filosofía feminista- por qué es necesario cortar de raíz comportamientos que perpetúan modelos machistas, que no van en sintonía con las publicaciones anuales que tienen cada vez más mensajes trillados.

Pero no basta con quedarse en las empresas, entidades de gobierno y demás organizaciones empresariales. Hay que bajar a la base de la pirámide, donde las niñas, los niños y los adolescentes puedan incorporar en sus comportamientos adecuados para que las mujeres dejen de ser una población de riesgo por el solo hecho de ser mujeres. El caso del Colegio Marymount, en donde estudia mi hija (quien afortunadamente no fue víctima), nos debe enseñar que no existe escenario en el que una mujer esté a salvo si los hombres no cambiamos los comportamientos que normalizan y promueven a la mujer como un objeto sexual del que podemos disponer a nuestro antojo.

Así que, como siempre, el llamado en esta columna, queridas lectoras y lectores, es a que empecemos a exigir en nuestros entornos cercanos, laborales y familiares cambios de comportamiento que nos permitan evolucionar. Una sociedad que quiera avanzar debe tener implícita la igualdad como principio fundamental. No se trata de tener políticas por el temor a ser la última empresa o entidad en el ranking de género, sino que, con absoluto convencimiento, debemos todos reivindicar los derechos sociales; en este caso, los de las mujeres, que se han visto vulnerados durante siglos. Así que ¡menos publicidad y más acciones conscientes para el cambio!

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