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Sin lugar a dudas este ha sido un año difícil para el Gobierno de Iván Duque. Si bien desde las elecciones se podía anticipar que iba a tener una fuerte oposición y resistencia a su programa de gobierno, creo que pocos podrían haber diagnosticado que el malestar de una buena parte de los ciudadanos haría que manifestaran su descontento de una forma que pocas veces se ha visto.
Hoy, este Gobierno se enfrenta al mayor reto que ha tenido cualquiera en la historia reciente de Colombia. Tiene la única oportunidad de pasar a ser el presidente que marcó los caminos en cuanto a la política pública se refiere y con el firme objetivo de pavimentar las condiciones para que los ciudadanos logremos superar el individualismo y tengamos pensamientos colectivos constructivos y no destructivos, o, por el contrario, ser aquel mandatario que, como escribí en una anterior columna, se quedó oyendo sus propios pensamientos sin entender las necesidades del pueblo para el que gobierna en lugar de las del partido que lo hizo elegir.
Su primer gran pecado es no haberse sabido rodear. Su primer círculo en su mayoría son personas sin capital político, sin experiencia en lo público, que buscan llevarse el protagonismo, dueños de la palabra sagrada y sin sentido de equipo. Otro miembro de su grupo asesor ha sido altamente cuestionado y el presidente no ha tenido el sentido estratégico para entender que está con el partido 2-0 y que todo aquel que le genere contrapeso en su gobierno no va a hacer que el partido se equilibre a pesar de tener un par de buenos ministros como José Manuel Restrepo. A Duque le pasa lo que a Messi con Argentina: tiene jugador, pero no equipo.
Si bien su partido -el Centro Democrático- fue el que lo abanderó desde un inicio, hoy ha sido uno de sus peores enemigos. Tratar de estar apegado a un guión demarcado por un partido que lo eligió, pero de espaldas a la realidad y a su oportunidad, es parte de la terquedad que le ha jugado mal con su juventud y su poca experiencia en la administración pública. La agenda legislativa ha sido muestra de que no ha pesado en nada el partido de gobierno y que, por el contrario, las iniciativas que a algún sector de la población no le ha caído bien se las han achacado como si fueran suyas.
Iván Duque no puede negarse al cambio, no puede darse el lujo de seguir por el camino equivocado, con la brújula descompuesta y con la misma alineación del primer tiempo. Es momento de ser presidente, de entender que sin importar el grado de aceptación de sus copartidarios el timón lo debe tomar él, de asumir la crítica y de comprender la necesidad de poner toda su capacidad para lograr tener una conversación nacional y alcanzar cambios realmente significativos. Es hora de acabar el club de amigos y gobernar con todos los sectores afines o no al gobierno que tengan la intención de construir y no sacar provecho.
Es hora de luchar desde adentro contra la corrupción, aprovechar las herramientas que da la tecnología para dejar de ser un Estado desangrado por los corruptos y botín de los clanes políticos. Iván Duque, es el momento de gobernar para quienes lo elegimos y los que no, para todos los colombianos. Es la oportunidad para dejar de repetir los errores del pasado y de invertir como nunca y sin vacilaciones en investigación y desarrollo pues esto -entre otros ajustes- es el camino que nos podrá llevar a convertirnos en una sociedad más equitativa donde los ciudadanos sean también agentes de cambio.