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Tengo que acuñar lo dicho por nuestra Señorita Colombia y contextualizarlo a lo que está ocurriendo en La Habana (Cuba) con respecto a los diálogos de paz. Tal como a ella le parece que la mujer colombiana se diferencia de las del otro mundo, sin duda esas conversaciones también se caracterizan por eso, por ser de otro mundo.
Es ya un año largo desde que las Farc y el Gobierno decidieron dar inicio a un proceso de paz que en principio parecía que iba a ser exprés y se elevaron las expectativas de todos los colombianos. Una de sus premisas fue la de no cometer los errores de los intentos anteriores, pero debo decir que, a pesar de anhelar que este ciclo de violencia termine, para el pesar del Presidente, tal como él dice, está “tacando burro”.
A nadie le puede ser indiferente qué pasa con la paz, pero para ser completamente franco y coherente, es claro que los verdaderos causantes de la violencia no están sentados en la mesa y tampoco quienes la ejecutan se sienten representados hoy por el secretariado. Es por eso que vemos cómo se planean atentados en contra del expresidente Uribe y el Fiscal General de la Nación. Estos son mensajes que contradicen cualquier presunta autoridad que tengan los “voceros” en La Habana.
Manifestaciones de violencia de esta categoría son una muestra clara que los errores se siguen cometiendo, como no tener representación de la base, donde saben que el secretariado está negociando su impunidad y participación política sin siquiera querer hacer servicio social a costa de los primeros tengan que pagar cárcel y seguir en un país sin oportunidades, lo que hará que no rompamos el circulo vicioso y estas personas retornen sin duda alguna a escenarios de violencia como única alternativa.
O seguimos haciéndonos los ciegos o de verdad tomamos las riendas y encauzamos hacia una paz con vocación de permanencia y que lleve a la solución definitiva y de raíz del origen del conflicto. No es posible pensar en una verdadera paz si no se analiza la inequidad que vive el país, la indiferencia hacia la posibilidad de una Colombia incluyente, con desconcentración de la riqueza. Como lo dije en otra columna, esa es la verdadera violencia que se debe eliminar.
Para nadie es un secreto que podemos firmar muchos papeles, pero si no resolvemos la problemática, estaremos al final con un buen portarretratos y unos compromisos que difícilmente se puedan mantener vigentes y sean los catalizadores para que por fin podamos vivir con la tranquilidad de haber cerrado un ciclo.
Ocultarnos en una trinchera a defender unos diálogos de otro mundo no es la respuesta que se espera: los mismos se pueden reformular y empezar por una voluntad unilateral del Gobierno de hacer reformas estructurales a temas puntuales como la educación y la inversión que se hace en ella, la generación de empleo, las oportunidades de fomento y apoyo a talentos en todas las áreas, y el fortalecimiento de la presencia del Estado no solo con fusiles, sino con cambios que hagan de Colombia un país con sentido de equidad.
Lo que propongo al final no es otra cosa que cumplir con el deber constitucional de un Estado Social de Derecho, eliminando la violencia silenciosa de la pasividad y la permisividad, y dejar que generación tras generación se siga perdiendo, mientras siguen las verdaderas fuentes del conflicto.
Y por último, es imposible hablar de paz cuando se legisla sin ver la realidad del país. Es admirable la valentía del Presidente de jugársela toda por la Paz, por eso lo que debe primar, como en todo en la vida, es la coherencia. Si se está jugado, se puede reformular y encauzar los diálogos a que nos lleven a la paz de todos y no de unos pocos.