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Analistas 20/12/2018

Grinch y Scrooge

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

Gobierno (Grinch) y empresarios (Scrooge) regalan un mínimo a los pobres, ignorando sus fantasmas del pasado, presente y futuro.

Con este enfoque, Dickens criticó el capitalismo industrial (Canción de Navidad, 1843) y, durante la Gran Depresión, Keynes auguró mejores días a los millennials (Economic Possibilities for our Grandchildren, 1930); sin embargo, la sociedad posindustrial carece de garantías laborales, y la cuarta revolución difumina el progreso (The Future of Jobs. WEF).

Encontré otros dilemas, relacionados con la finalidad, naturaleza o pertinencia del trabajo, en un libro sugerido por quien fue mi estudiante en la Universidad Nacional: Bullshit Jobs. Su autor, un antropólogo, critica el liderazgo feudal, extraña las prometidas semanas laborales de 15 horas, y cuestiona la ineficiencia del mercado, al que sobreviven demasiados quehaceres sinsentido, pese a las apariencias.

Duda razonable -¿cómo sobrevivirían, colegas y clientes, si mi cargo no existiera?-, recordé Groundhog Day o The Greatest Gift, que en uno de sus fragmentos dice: “Estoy atrapado […] haciendo el mismo trabajo […] Nunca hice algo realmente útil o interesante”. Convengamos que, acechada por los fantasmas del desempleo y la informalidad, la mayoría permanece a la sombra de su trabajo, ¿verdad?

Con formación en ingeniería de sistemas e industrial, y trayectoria en talento y desarrollo corporativo, reconozco ese Papel del Trabajo en la Transformación del Hombre en Mono: nuestra productividad diverge de la tecnológica, configurando Máquinas Goldberg, intencionalmente diseñadas para ser operadas por zombis, y desarrollar tareas fútiles o innecesariamente complicadas.

Las estrategias de reclutamiento y retención indujeron esta posverdad laboral. Festinger la denominó disonancia, experimentando con recompensas inequitativas ($1 o $20) para motivar en otros sujetos la realización de trabajos aburridos; tiempo después, sólo quienes ganaron menos estaban adoctrinados.

Justificamos este fenómeno malversando meritocracias, cuya cuota inicial es trabajar incansablemente y competir salvajemente (Under Pressure); el interés aplicado para ascender es renunciar a trascender, y el saldo de miseria axiológica o alienación lo reflejan las charlas con colegas, o las sonrisas cómplices que suscita Dilbert, caricatura de la kafkiana cotidianidad empresarial.

Corolario, la jornada ha impuesto una onerosa deuda familiar (All you Need is Love). Reducirla, además, permitiría diversificar riesgos, cultivando vocaciones (Hero), pues las estrellas manufactureras colapsan, y el trabajo nos alejó del tiempo solar, absorbiéndonos sonámbulos o con semblante espectral, según la gravedad del ‘burnout’.

Quizás, la brecha en las competencias requeridas a futuro, no es la única relevante. Quizás, nuestros trabajos difieren del que desearíamos hacer por un Salario Básico Universal, medida del caos laboral.

Luz de esperanza, Palau, el Director de Sociedad e Innovación del FEM apela a dignificar personas, no proteger trabajos.

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