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ANALISTAS

Capitalismo, ¿bueno o malo?

martes, 15 de enero de 2013
La República Más
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La caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, presagió el triunfo absoluto del capitalismo sobre el comunismo. No obstante, después de casi 24 años, es claro que el capitalismo como sistema económico fundado en la propiedad privada, aunque prevalece como el modelo político a emular, son muchas las diferencias en el mismo, entre los más de 200 países que actualmente lo practican.
 
A ésta conclusión llegaron William J. Baumol, Robert E. Litan y Carl J. Schramm en la magistral obra “Good Capitalism, Bad Capitalism, and the Economics of Growth and Prosperity” (Yale University Press 2009), donde documentan cuatro variedades diferentes de capitalismo e identifican las condiciones que tipifican al buen capitalismo, así como las características del capitalismo malo.
 
La división en cuatro tipos de capitalismo denominados: oligárquico, dirigido por el Estado, de grandes empresas ó gerencial, y empresarial ó emprendedor; resulta útil para establecer categorías amplias entre las cuales si bien algunas economías tienen varias de ellas, la mayoría se clasifica principalmente en una, que sirve para explicar por qué crece más rápido y mejor que otras.
 
El capitalismo oligárquico se da cuando se concentra el poder y el dinero en pocas personas. Es el más dañino porque además de la exagerada desigualdad de ingresos y riqueza que tolera, promueve el estatus quo que solo favorece las élites pero no el desarrollo equitativo, donde las oligarquías fijan las reglas en pro de sus intereses; sistema que predomina en Latinoamérica, el Medio Oriente y África. 
 
El capitalismo dirigido por el Estado existe cuando el crecimiento es un objetivo económico responsabilidad del gobierno central, por lo cual favorecen a empresas o industrias específicas mediante créditos blandos, subsidios directos, protección comercial e incentivos fiscales, que buscan “escoger ganadores”, visible en los exitosos países del sureste asiático; sin embargo su punto flaco es que al llegar a la frontera de la producción, han agotado lo que pueden copiar, con el riesgo de equivocarse de industrias y/ó movilizar mucha inversión que genere exceso de capacidad y sobreoferta, palpable en la crisis financiera asiática de 1997-98.
 
El capitalismo corporativo ó gerencial es típico de economías donde grandes empresas, frecuentemente campeonas nacionales y regionales, dominan la producción y el empleo. Aunque hay empresas más pequeñas, generalmente de comercio y servicio, las grandes crecen al beneficiarse de economías de escala y refinar y producir en masa las innovaciones radicales que desarrollan. Es el capitalismo clásico de economías fuertes como las europeas y la japonesa, sin embargo, su rasgo débil está en que son empresas burocráticas alérgicas a grandes riesgos que hagan obsoletos los productos que les generan ganancias.
 
Por su parte el capitalismo empresarial ó emprendedor es propio de las economías cuyo dinamismo se origina en empresas nuevas que comercializan innovaciones radicales que amplían la frontera de alternativas de producción. Aunque ninguna economía puede lograr el máximo potencial basada en compañías emprendedoras, la mezcla óptima tiene una dosis sana de grandes empresas, con recursos para refinar y producir innovaciones radicales en masa, junto con compañías nuevas. 
 
Sin emprendedores serían pocas las innovaciones verdaderamente audaces que hacen parte del mundo que vivimos hoy en día y por supuesto las que marcarán la pauta en nuestra vida futura. El desafío de las economías está en encontrar la mezcla de capitalismo gerencial, emprendedor y dirigido por el Estado, que les permita transitar una senda de crecimiento rápido. Sin embargo, a la larga habrá que hacer la transición a una mezcla de los dos tipos de capitalismo bueno, gerencial y emprendedor, si desean continuar creciendo aceleradamente.
 
India y China cada una a su manera va en esa dirección. El reto más complejo será que las economías empantanadas en el capitalismo oligárquico, como la nuestra, logren una transición similar; Baumol, Litan y Schramm concluyen que tal vez se necesite una revolución, idealmente pacífica, que sustituya las élites que dominan estas economías y sociedades, donde el crecimiento no es el objetivo central. 
 
Este trabajo coincide con la anhelada reforma estructural de avanzada que promuevo y además está de acuerdo con lo planteado en el editorial del pasado lunes “Reinventar la competitividad empresarial”, que comparto plenamente.
 

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