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Analistas 11/12/2018

Presidente sin partido

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

La existencia de partidos políticos es una pieza fundamental de la democracia. Sin partidos fuertes, cohesionados y con un propósito común la política tanto en la administración pública como en el legislativo se convierte en un ejercicio minorista en el que en el mejor de los casos se apagan incendios o más frecuentemente se defienden intereses privados.

La fortaleza de los partidos habla mucho de la madurez de la democracia. Si bien están quedando atrás las fórmulas bipartidistas que dominaron el escenario político de las mayores democracias, el que existan más de dos partidos no necesariamente significa que estos deban ser corrillos caudillistas cuya vigencia no va más allá de la vigencia política del caudillo. Inglaterra y Estados Unidos siguen siendo países que mantienen estructuras bipartidistas fuertes mientras que en otras democracias este esquema ha hecho crisis, como ha pasado en España donde el PP y el Psoe cada vez pierden más credibilidad y espacio político frente a nuevos partidos como Podemos.

Esa crisis de los partidos se origina, como bien lo sabemos en Colombia, en la falta de coherencia y la corrupción que han dominado el desenvolvimiento de los partidos. En efecto nuestro sistema bipartidista de liberales y conservadores que buscó monopolizar el poder convirtiéndose en uno solo cuando pactó el Frente Nacional, ha venido desmoronándose al punto que para las cinco últimas elecciones presidenciales estos partidos o han sido derrotados o no han presentado candidatos. Lo que queda de esas dos colectividades no es más que una coalición marginal de caciques que dominan sus regiones con un férreo control del presupuesto y la nómina oficial. Han sido partidos sin la capacidad de proponer un proyecto de Nación que convoque un electorado más allá de sus cotos de caza.

En ese desprestigio de los partidos tradicionales surgieron nuevos partidos en Colombia que con excepción de los Verdes no han sido capaces de proponer y adelantar una propuesta que le fije un rumbo al país. Alrededor del presidente Uribe se formó primero una agrupación cuyo origen caudillista llegó al extremo de ser bautizado con la inicial de candidato, ¡La U! Despojado el caudillo de su franquicia surgió el Centro Democrático que ejerció como partido moderno en el Congreso en la oposición durante las administraciones Santos y se atrevió en una ocasión y con la dirección del caudillo a presentar listas cerradas a las corporaciones.

Ese partido que mostró mas coherencia y disciplina después de ocho años de oposición llevó a uno de sus senadores a la Presidencia de la República con un discurso de mano dura y liberalismo económico. Pero como dice el adagio popular; mataron el tigre y se asustaron con la piel. Conseguido su triunfo, esa disciplina y coherencia desapareció por completo y partido y presidente andan cada uno por su lado dando la sensación de que el partido se siente mas cómodo en la oposición que en el gobierno que eligió.

Sin partido el Presidente será incapaz de avanzar en propósito alguno como claramente se vio con el hundimiento de la muy necesaria reforma a la justicia. La iniciativa tributaria si bien hace tránsito, no se parece en nada a lo que propuso el Gobierno y el primero en rechazar la iniciativa fue su partido.

El Congreso estudia una reforma política que pretende construir partidos modernos. Enhorabuena, pero ello no se logra mediante mandato constitucional sino mediante el compromiso y la seriedad de los dirigentes de los partidos.

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