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Analistas 24/08/2021

Guerras prolongadas

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

Guerras prolongadas, guerras perdidas, parecería ser el mensaje de lo que sucedió en Afganistán. El caos que el mundo ha presenciado en Kabul es el más claro indicio que aún antes del retiro de las tropas americanas la guerra contra los talibanes estaba perdida, y aunque buscaron una salida negociada lo hicieron desde la posición débil del fracaso. Todos los analistas coincidieron en que las escenas del aeropuerto de Kabul resultaban ser un déjà vu de las terribles horas de vergüenza que vivió la Unión Americana con la salida de Saigón. Esta otra guerra, prolongada por 20 años, al igual que la que termina y al igual que esta, es una derrota reminiscente de la batalla de David contra Goliat. Un Goliat que, a pesar de saberse derrotado prolonga su agonía con la débil esperanza de un resultado favorable a costa de miles de vidas.

Cuando los conflictos no tienen un resultado rápido se suceden agonías largas como aquellas de los toros amorcillados en las malas faenas cuando el matador muestra su inexperiencia y conduce a la fiera a un fin triste y deplorable. Esto sucede cuando el perdedor no admite su derrota o cuando ninguna de las partes tiene la capacidad de derrotar a su contraparte de manera tal que ponga fin al asunto. La negación de esa realidad lleva, como vimos tanto en Vietnam como en Afganistán, a incensarías pérdidas de vidas de jóvenes soldados que saben mejor que los generales y los políticos de la próxima batalla. Es un grito desesperado y un desperdicio inútil de vidas.

Estas guerras y estas estupideces parecen lejanas de nuestra realidad y no lo son. Colombia es campeón mundial en guerras prolongadas sin desenlace previsible. La primera es, desde luego, la guerra contra la insurgencia armada. Una guerra contra las guerrillas de las Farc que se prolongó por más de 50 años (lo que hace parecer las guerras de marras como conflictos de corta duración) y que a pesar de múltiples esfuerzos militares y políticos persiste debilitada y con hijos revigorizados con otros acrónimos que prolongan la agonía bajo las siglas del ELN o GRs. El Estado nunca fue capaz de derrotar a la insurgencia y esta nunca tuvo la fortaleza militar, ni la coherencia política e ideológica para imponerse como los talibanes.

Con una negociación de estas tablas del ajedrez político militar que se jugó por tantos años entre alzados en armas cada vez más desdibujados por su vinculación al tráfico de estupefacientes y un Estado corrupto y cada vez más violento, las partes quedaron insatisfechas al punto que fraccionaron a los dos bandos en bandos irreconciliables al interior de cada uno de ellos. No sabemos cuál será el desenlace de esta guerra prolongada con la insurgencia, ni si el esfuerzo monumental que hizo la sociedad para dar paso al fin del conflicto resulte en un final feliz. ¡Esperamos que así sea!

Mientras tanto, el país afronta su segunda guerra prolongada; aquella de la guerra contra las drogas. Después de 20 años del Plan Colombia que vino como el refuerzo americano para poner fin poder a la droga que había convertido a Colombia en una “nación fallida”, las hectáreas sembradas crecen y la lucha se intensifica. La realidad de la droga desbordó la capacidad, la ética y la moral del Estado y el país sigue sumido en una guerra sin fin con masacres diarias presentándole a la nación el reto de imaginar cómo poner fin a esta guerra sin victoria a la vista.

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