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Analistas 04/05/2021

El corazón une y la razón divide

Carlos Ballesteros García
Gerente de Bike House
Carlos Ballesteros
La República Más

Creemos que la vida ideal existe, que la felicidad se alcanza cuando los caminos están libres de espinas, pero nos pasamos la existencia sin entender que la felicidad es un recorrido en lugar de ser una meta.

En cada paso que damos buscamos crecer y abrir nuevos capítulos, sin entender el porqué y el para qué de lo que nos sucede, en la mayoría de las veces, sin comprender que se crece después del error.

Basamos muchas de las decisiones en la razón; lo hacemos desde lo cognitivo, desde el razonamiento, desde la mente y no desde el corazón, porque dicen erróneamente que este es el peor consejero, cuando en realidad se trata del órgano vital que nos hace sentir y vibrar, y que es el encargado de generar las emociones que provienen del motor humano y no de la razón.

Esta, la razón, nos dicta que hay que acumular; el corazón nos señala que hay que compartir. Mientras la razón divide, el corazón une porque en él se encuentra el amor. La razón distorsiona la conciencia, y en algunos casos genera confusión, caos, violencia y opaca la luz del corazón. El norte de nuestras acciones debe estar encaminado a hacer vibrar, reír y cantar a nuestro corazón, sin olvidarnos que estas deben ser para mejorar la vida de las demás personas y no de forma egoísta, atendiendo solo la nuestra. Sino tenemos la voluntad de ayudar a los demás, lo mínimo que deberíamos hacer es no actuar en contra ni hablar mal de nadie, sin crear daños morales y materiales.

Algunos de los motivos por los que nacemos son para respetarnos, para vivir en comunidad basados en el perdón, la comprensión y la compasión, porque funcionamos mejor en estos estados integrales que en la separación.

Todo el universo está interconectado. Cada conducta, buena o mala, o la decisión que se tome recae sobre la energía vital del cosmos. Es por ello que muchas de las enfermedades llegan a nuestros cuerpos, es porque somos víctimas de nuestras propias determinaciones.

El secreto de nuestra existencia es tratar de vivir como un todo; con espacios para errar y perdonar; para reír y llorar; para caer y levantarse; para recibir y compartir, porque es el universo el que nos enseña que nada se acaba y que lo que se daña lo regenera; que después del verano llega la lluvia y que no hay momento más oscuro que antes del amanecer.

Es pertinente, entonces, traer al caso algo en lo que como seres humanos debemos reflexionar: que vivimos sin entender las maravillas que nos rodean. Muchas personas desequilibran vidas y sistemas con egoísmo, resentimiento, odios y rencor, al igual que sus propias vidas, perdiendo la esencia de una comunicación asertiva y viven compitiendo por tener la razón sin pensar nunca en el corazón.

La naturaleza transforma, pero no destruye, es un todo en el que hasta cada animal se equivoca cazando, pero que cuenta con una segunda oportunidad, con cooperación y cuidado de su especie, en la que cada miembro ocupa su espacio y toma solamente lo necesario con respeto y equilibrio.

La crítica permanente y la búsqueda de la culpa de forma reiterada en el otro, antes de buscar en nuestro interior, es una simple muestra de que el ser humano destruye con su egoísmo y falta de conciencia moral. No se trata de establecer un juicio para castigar al culpable. Es por esto que procurar el encuentro de soluciones es de ganadores y la identificación de los responsables del error es de perdedores.

La perfección absoluta no existe porque esta nace del error. Se moldea con el esfuerzo, el optimismo, la persistencia, la disciplina, la voluntad y el amor, para mejorar estos y otros valores que vienen del corazón, porque si siempre crees tener la razón, nunca cambiarás ni aprenderás nada en tu paso por este mundo.

Las lecciones de vida se aprenden cuando con humildad aceptas que existe un distinto amanecer, porque si es de otra manera, estarás alimentando uno de los peores defectos del ser humano: la soberbia, esa que engañosamente te hace creer que siempre tienes la razón de tu lado, esa que no te permite llegar a acuerdos o consensos, y que desequilibra la energía vital del universo, generando caos y tristes finales.

De ahí que nuestra mente debe estar abierta para transformar el mundo desde la comprensión, la solidaridad y el amor por el prójimo, para vivir en armonía y plenitud en comunidad. Pero infortunadamente en muchos casos la mente, apoyada en el juego del ego, le hace más caso a la razón que al corazón, generando con esto dolor, pérdidas de vidas y materiales que perjudican a los seres más necesitados e indefensos.

Mientras la razón se alimenta de la percepción y las creencias, el corazón responde a las emociones y sentimientos, para de esta forma cambiar nuestras vidas, pero sin dañar las de los demás.

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