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Analistas 28/07/2014

Sequías

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más
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Se posesionará el Presidente Santos en tiempo de sequía extrema, justo la situación opuesta al inicio de su primer mandato. El péndulo del fenómeno de “El Niño” pareciera estar sincronizado por la oposición, de manera que cada plan de gobierno resulte saboteado desde su inicio… Son desafortunadas coincidencias, pero tienen ese efecto: si hace cuatro años nos ahogábamos por la inundación, hoy será lo contrario.

Algunos dirán, evocando al José bíblico: “se sabía, los chigüiros fueron una señal, los pelícanos la otra”. No soy arúspice mística; sin embargo, creo que la gente de buena voluntad confunde todas las escalas, pero concuerdo con que hay que practicar, institucionalmente, la semiología ecosistémica, a la manera de los maestros indígenas amazónicos. Ellos, que constantemente vigilan el mundo, generación tras generación,  no pueden entender cómo el país ha sido incapaz de construir una mínima sabiduría para afrontar la cuenta larga de la variabilidad climática multianual, que ahora pasará de nuevo la cuenta. Pero es cierto: en medio de las tribulaciones de lo inmediato, la vergonzosa rencilla por las oficinas del Congreso, el traspaso del patrimonio futbolístico a los clubes europeos o las acciones de la guerra para presionar la paz, los sistemas ecológicos siguen su curso y colapsan además ante la destrucción de su capacidad de respuesta a los eventos extremos.

Porque el deterioro acumulado de la tierra es el que precipita los acontecimientos: ¿cómo esperamos que un territorio Caribe, donde el bosque nativo, adaptado a las sequías, fue totalmente erradicado (quedan unas manchitas en Tayrona, San Juan Nepomuceno) no se reseque con temperaturas que marcan record, cómo esperamos que habiendo desecado más de 50% del área de humedales para dedicarla a pastos y plantaciones, sin ningún criterio de funcionalidad ecológica del territorio, no se convierta en desierto?

Pero así es la historia, y si hemos vivido un poco de la carne de las ganaderías cordobesas, del plátano exportado o del sancocho de bocachico, sabemos que todo ello está cada vez más amenazado por sus propios conflictos y limitaciones, especialmente en la planeación territorial. Y la única salida, restaurar o rehabilitar esas capacidades de la biodiversidad, y al tiempo que la aprovechamos, reconocer su papel regulador los ciclos hidrológicos, que no solo dependen del páramo. La llamada a la adaptación de todas las actividades productivas, de la forma en que manejamos las ciudades y disponemos infraestructura, de los ciclos económicos, pasa por una reconversión de los modos de vida de ser colombiano. Claro, eso es imposible cuando las ciénagas se llenan de búfalos y los herederos del narcotráfico aportan centenares de retroexcavadoras lavando sus capitales de plomo a precio de oro, como en Ayapel. Donde la minería ilegal campea, al igual que en todo el Chocó o en el Cauca y el medio Caquetá, están los escenarios de las siguientes catástrofes sociales y ambientales. 

Más y mejor gobierno para sanar las heridas del hambre guajira, producto del desierto que provee la corrupción de su dirigencia, no del ecosistema. Más y mejor gobierno para poder intervenir con el conocimiento apropiado en la recuperación de la resiliencia de nuestras tierras, para afrontar la variabilidad climática con cierta tranquilidad: para los escépticos, junio fue el mes más caliente medido formalmente (desde 1880) en la historia humana. Ingeniería ecológica y gobernanza renovadora para construir mosaicos de paisajes productivos y sostenibles, donde el agua no se nos escurra entre los dedos y podamos organizar la convivencia entorno a las múltiples actividades y competencias que requiere la gestión ambiental del país de la megadiversidad. Bienvenidas las palabras del discurso de posesión, pues, reconociendo las urgencias de ordenamiento territorial, de la protección (que no delimitación) de páramos y de reformas agropecuarias de fondo, entre otros temas.

Hay salidas, siempre y cuando escuchemos el clamor de Zaratustra: ‘El desierto está creciendo: ¡desventurado el que lo alberga!’

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