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Analistas 07/12/2019

Ecodesarrollo - Postdesarrollo

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Francisco González atrajo hacia Colombia el concepto ‘ecodesarrollo’ del francés Ignacy Sachs (1974, CEPAL), la primera reacción formal a la Cumbre de Estocolmo en 1972, con la cual se buscaba afrontar una crisis ambiental que aún no contemplaba el cambio climático ni el colapso de la biodiversidad, pero evidenciaba los graves problemas de un modelo de industrialización basado en la distribución de sus residuos en un mundo “inequitativamente contaminado”.

Pese a los esfuerzos, 45 años después hay poco ecodesarrollo y sí mucha insostenibilidad, otro concepto coetáneo que planteó, de una manera más abstracta, la necesidad de garantizar las opciones de bienestar equitativo y futuro de cualquier proyecto de sociedad. Llegamos a los ODS, pero la adicción planetaria al petróleo y su abundancia derivada retrasó por décadas la implementación de agendas ambientalmente consecuentes, al punto que hoy se hace necesario transitar hacia otros modelos energéticos en todo el mundo, aunque respetando las condiciones e historia regionales para definir su adopción.

“Lo que sugiere la toma de conciencia de problemas ambientales son modalidades y usos distintos del crecimiento, y no una tasa de cero para el mismo”. Ese fue el postulado central de Sachs para defender la necesidad de cambiar sin destruir el aparato productivo, por obvias razones: sin recursos para la innovación y la reorganización productiva, las economías se desploman en el vacío de la insostenibilidad. Evo Morales, el gran extractivista boliviano, lo entendió a la perfección y utilizó toda la potencia de los abundantes recursos minerales y del gas, ninguno renovable, para invertir en las agendas sociales de su Gobierno.

Las cifras son positivas y elocuentes, pero el discurso de la Madre Tierra que venía en contrapartida se quedó en palabras, y se lo reclaman: el proyecto hidroeléctrico gubernamental de Rositas, a construirse por empresas chinas, por ejemplo, fue “aplazado” hace un año por disputas con pobladores locales: “Rositas al igual que El Bala y el Chepete (otras dos represas) no son rentables y serán elefantes blancos, que aparte de destrozar a la biodiversidad y a los pueblos indígenas del lugar, duplicarán la deuda externa de Bolivia” (ejatlas.org). Ni hablar de la expansión ganadera en Panamá para exportar carne, a costa de destruir las selvas del Darién; mucho menos del famoso “Arco Minero” venezolano, la entrega total del patrimonio nacional a las mismas empresas que operan en todas partes del mundo, solo que “bajo control del ejército bolivariano”: un proyecto ambicioso del chavismo que hasta ahora solo replica el desastre de siempre. Amlo parece ir por ese camino…

Los ejemplos, sesgados deliberadamente a regímenes de izquierda, están para demostrar, como lo hacen Eduardo Gudynas o Arturo Escobar en sus trabajos más recientes, que los extractivismos no pertenecen a ninguna ideología, sino a un modo letal de entender las relaciones socioecológicas. Si bien estos autores cuestionan a fondo la idea de desarrollo, una versión ‘eco’ aún podría aportar a la formulación de esquemas de transicionalidad para construir un bienestar cada vez más relativo a las “capacidades y necesidades locales”: un reto de legitimidad. Construir otro modelo de gobierno para gestionar la diversidad de las condiciones territoriales sin fragmentar totalmente la realidad, tal vez haga parte de la agenda larga de las conversaciones ambientales (no del paro…).

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