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Analistas 18/05/2022

La era de la ignorancia

La narrativa del país ha cambiado. Colombia está ad portas de un triunfo electoral donde el Pacto Histórico, liderado por un político intelectual que ha logrado desafiar el statu quo con un plan maestro de desinformación. Parte de la generación mejor informada, reunida en sus bodegas y brigadas, pregona los mensajes de quien nos puede llevar a dar un salto al abismo. Pero también es cierto que élites, empresarios, industriales y los sectores más influyentes del país no han dado argumentos contundentes a esos jóvenes para sacarlos de esa “era de la ignorancia”.

Esta superficialidad tendrá consecuencias, entre muchos campos, en el idioma, la cultura y la educación. Una lectura atenta a la realidad de los problemas que aquejan a esta sociedad nos muestra que más que soluciones, se buscan opiniones o situaciones que reflejan estados de ánimo. Jóvenes creativos, adictos a los videojuegos, utilizan sus pantallas como alternativa a los medios de comunicación. La información, a veces sesgada o mentirosa, se difunde rápidamente a través de las redes sociales, donde la profundidad y la objetividad es alterada.

Las instituciones académicas se han vuelto anacrónicas debido a estas modernas exigencias de la información. Los académicos tendrán que ponerles a sus investigaciones fechas de expiración, como si fueran productos perecederos, ya que al cabo de poco tiempo las soluciones, los programas de campaña y los modelos propuestos no tendrán ninguna validez. Situaciones como esta han existido desde hace siglos. En la tradición hindú, el período conocido como “Kali Yuga” corresponde a la edad oscura, cuando la sabiduría estaba oculta en una concha de almeja. Se podría decir que estamos viviendo tiempos similares.

Los gobernantes y políticos de nuestros días se empeñan únicamente en hablar, cuando lo que se necesita son habilidades empáticas de escucha. En la Filbo, un reconocido escritor exponía que, como sociedad, debemos hacer un “examen de conciencia”. Escuchar para pensar, pero sobre todo hay que escuchar al otro para tomar una decisión. Frente a una fractura en la sociedad, cualquier proceso de transformación poderosa requiere de personas que no pierdan el sentido del tiempo y el espacio. Se habla de expropiación de tierras, algunas “administradas” por mandatarios locales, funcionarios o entidades del gobierno. Como consecuencia, los despojados de sus tierras y los desplazados pueden volver a participar en grupos armados. Pueden ir a parar a nuevos suburbios de las urbes, para rehacer sus vidas. Es lo que eufemísticamente se llama intercambio de la redistribución y reasentamiento de la población por adjudicación directa de los predios. No es nada más que “green-washing” en política.

El Gobierno no fue capaz de reconocer y combatir la pobreza, la desnutrición, la violencia y el desplazamiento. Y si en algún momento sucedió, no supo comunicarlo de manera eficiente. En la capital lo vivimos diariamente, a la alcaldesa no le vemos ninguna capacidad de gestión. Un ejemplo claro fue la victimización y reubicación de las comunidades indígenas que se apropiaron del Parque Nacional, sin violencia, pero generando incomodidad a los ciudadanos y daños ambientales. Fui testigo de este asentamiento durante ocho meses, visité a varias mujeres indígenas que me pedían jabón para bañarse y algo de comer para sus hijos. Es cierto, la indolencia en este país es impresionante. Desafortunadamente, el Estado no lo resuelve todo. ¿Nos tocará renunciar a todo lo que somos y tenemos?

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