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Analistas 10/11/2018

Un modelo de cultura empresarial

Alfonso Aza Jácome
Profesor de Inalde Business School
Analista LR

Los colombianos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Esa sencilla frase resume la extraordinaria diferencia entre la gente de nuestra tierra. Pero, así como nuestros defectos han traspasado fronteras, conviene también recordar las virtudes que conforman la otra cara de la moneda…

Con ocasión de un reciente encargo de investigación sobre la Federación Nacional de Cafeteros, tuve la oportunidad de conocer más de cerca la labor que se realiza en esa institución y a varios de los protagonistas, responsables de poner por obra todos sus proyectos. En las diferentes entrevistas, reflexionaba sobre lo que somos como país y lo que podríamos llegar a ser. Al acabar ese trabajo, quedé convencido de que el modelo de los caficultores es un referente exitoso para el resto de Colombia.

Son más de 500.000 familias de pequeños productores de café a lo largo de la geografía nacional, desde la Sierra Nevada de Santa Marta hasta Nariño, pasando por el Valle del Cauca o Casanare. Hoy, existe producción cafetera en 588 municipios, en 20 de los 32 departamentos del país. Más de dos millones de personas dependen directamente de este cultivo. El café, además de ser un vehículo eficaz para la redistribución de la riqueza en el campo colombiano, es dueño del capital social necesario para reforzar los valores que precisa Colombia, especialmente en el campo.

La filosofía de los caficultores acrisola las virtudes de todo el pueblo colombiano: el trabajo bien hecho, el servicio, la constancia, la visión de largo plazo, el compromiso por la calidad, la innovación, la eficiencia, la exigencia, la honestidad, la responsabilidad social y ambiental… No son palabras vacías; son la realidad de una cultura forjada por varias generaciones de campesinos que dieron lo mejor de sí para sacar adelante sus familias y su país.

El hecho de ser una organización sin ánimo de lucro permite a la Federación poner en primer lugar al pequeño productor y, tal vez, es esa la receta del éxito como organización. Su crecimiento surge de la lealtad con todos los productores de café, que cuentan con la garantía de que su cosecha se podrá vender al mejor precio posible y que recibirán el dinero de contado en cualquiera de los 540 puntos de compra de café que tiene la Federación repartidos por el país. Además, reciben apoyo por parte del Servicio de Extensión en programas de carácter social, técnico, económico y gremial para mejorar su calidad de vida y las de sus familias.

El éxito también se ha venido construyendo alrededor del mundo. La reconocida calidad de nuestro café y el esfuerzo por servir a procesadores y comercializadores ha permitido desarrollar nuevos productos y servicios para satisfacer con flexibilidad los gustos y necesidades más exigentes. Hoy, la marca Café de Colombia tiene ya una larga tradición en el mercado mundial, con presencia en diferentes continentes, y es junto con Juan Valdez sinónimo de todos esos valores e ícono nacional.

Por eso, no cabe duda que la cultura del café ofrece lo mejor de nuestra gente y de nuestra tierra y es un gran ejemplo para rescatar el campo colombiano con otros productos, mostrando la imagen correcta de la verdadera Colombia.

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