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Analistas 21/07/2014

Ranas cafeteras

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más
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Veinte productores de café artesanal del norte del Tolima se han vinculado a un programa de manejo del bosque en una región donde quedan pocos predios arbolados y el agua, antes abundante, comienza a escasear en tiempos de sequías prolongadas. Igualmente, la fertilidad del suelo flaquea, las plagas y los hongos se hacen incontrolables sin sus controles silvestres, y la calidad del grano y otros frutos se deteriora por ausencia de polinizadores… Voluntad de proteger tiene la gente, pues entienden suficiente de ecología sin necesidad de doctorado, pero es difícil encontrar un punto de equilibrio financiero para sustentar una familia sin hacer crecer el cafetal, o sin poner un potrero para un par de vacas, la alcancía del campesino.

Los bosques de la región poseen abundancia de bromelias o quiches en los cuales anida una pequeñísima ranita que cría sus renacuajos en lo alto de las ramas de los árboles, una maravilla de la naturaleza. Las ranitas escasean ya, sin embargo, indicando que su hábitat húmedo está amenazado y por tanto que la función de regulación hídrica del bosque también. En la cola del impacto, está el café, la comida de la familia, el futuro común.

Una alianza entre jóvenes profesionales de la región, organizados en una corporación civil e igualmente urgidos de trabajo, y los campesinos locales, permitió descubrir que la ranita era una nueva especie para la ciencia, la Andinobates tolimensis, microendémica, es decir, que solo vive en una pequeñísima porción del planeta entero: un efecto de la evolución de las vertientes andinas que produce aislamientos entre microcuencas, solo comparables con los ambientes de las 18.000 islas de Indonesia, único país del mundo que, por esta razón archipelágica, cuenta con más anfibios que Colombia. La situación se repite en todas nuestras cordilleras y es un patrón propio y sintomático de la complejidad de los ecosistemas que nos tocaron, y que no puede abordarse con una forma única de producción con la excusa de la simplicidad eficiente de las economías de escala: hay que aprender a incluir la diferencia biológica en la cadena comercial del café, dicen los miembros de esta alianza que comienza a crecer con la venta de un producto artesanal que nunca superará unos cientos de sacos al año, pero que ya tiene una etiqueta que garantiza que con su venta, a un precio que reconozca la diferencia, hay un flujo de caja que se distribuye a lo largo de una corta cadena, comprometida con la sostenibilidad. Comercio justo, empleo digno y bosques sanos, con hábitat suficiente para las ranitas. 

El café colombiano tiene muchos ejemplos de este tipo. Hay producción amigable con las aves, con los murciélagos, con algunos parques naturales, con los bosques del Huila y de la Sierra Nevada. Esfuerzos locales que crecieron en medio de la crisis, a pesar de la dirigencia cafetera del siglo pasado, que se negaba a abandonar el eslogan del “café más suave del mundo” con el que creyeron garantizar su economía a perpetuidad y que respaldaron con millones de dólares en campañas publicitarias en vez de invertir en innovación.

Al igual que el café, la palma de aceite y la caña producida a escalas industriales aún deben demostrar no solo la inocuidad ecológica y el beneficio social de las plantaciones, sino su capacidad de movilizar recursos financieros para restaurar o mantener las funciones biológicas de las que dependerá su capacidad de absorber el cambio climático y del paisaje. No se oye a los bananeros decir ni mú, sabiendo cuánta selva le deben a los colombianos, y por supuesto que los rentistas de tierras arroceras, cebolleras o paperas no se molestan en mirar el deterioro que se acumula en sus parcelas, pues creen que les basta con el presente: no oyen el canto de las ranas silenciarse. La mayoría de clamores por subsidios agropecuarios proviene del costo del deterioro ambiental acumulado, causado por sistemas sordos a sus señales, subsidios que deberían ser sustituidos en su totalidad por programas de crédito de fomento a la reconversión con criterios de sostenibilidad. La reforma fiscal que se anuncia con impuestos a las tierras improductivas, como anunció el Ministro Cárdenas hace unos días, debería castigar la pérdida de funcionalidad natural que representan los arriendos de este tipo, y los entes de control deberían incluirlos en las cuentas verdes de la nación. Lo que otros dañan, sabemos, lo habremos de pagar tarde o temprano. Y a  la inversa, lo que otros protegen, lo habremos de disfrutar: esa es la verdadera economía verde.

Una pequeña rana puede enseñarnos más de finanzas y bien vivir que muchos sabios que tienen la cabeza en el país imaginario que pretenden gobernar.

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