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martes, 22 de julio de 2014

Detrás de todo lo que en Moscú se decide está la figura de Vladimir Putin. El presidente, y otrora primer ministro ruso, ha dado algunos pasos particularmente contradictorios en la escena internacional. De un lado se ha empeñado en desarrollar una actividad agresiva e intransigente en el concierto europeo, mientras (de otro) está dando demostraciones de apoyo a la estabilidad de la región latinoamericana y de acompañamiento al proceso de paz que se adelanta en Colombia.

Tal como se ha reseñado en diversos medios y en eventuales análisis académicos, desde los primeros meses del año Rusia ha desestabilizado gran parte de Europa Oriental con su intervención en Ucrania. La zona balcánica se ha tornado candente desde que Putin y Medvedev (primer ministro ruso) enviaron tropas “irregulares” a Crimea, procurando un ejercicio disuasivo en favor del movimiento separatista.

Sin embargo, la estrategia falló; no le ha sido fácil a los rusos hacerse al territorio peninsular ucraniano y, antes que eso, el recién electo presidente Petro Poroshenko (Ucrania) lanzó una ofensiva que condujo al escalamiento del conflicto, quizá inesperado. Lo que Putin ejecutó para disuadir a Ucrania a través de su poder militar llevó, inclusive, a que el G-7 tomara cartas en el asunto. Hoy, con lo sucedido con el vuelo MH17 de Malaysia Airlines, la situación ha tomado un rumbo crítico. De comprobarse el apoyo de Moscú a los rebeldes que hipotéticamente (hasta ahora) impactaron el avión, se anuncian nuevas y fuertes sanciones contra Rusia. Así las cosas, en gran parte del mundo occidental Putin está siendo visto como el antiguo monarca imperial que somete, arrasa y actúa sólo en beneficio de los intereses particulares de su Estado.

No obstante lo anterior, la semana pasada se dejó ver un rostro diferente del presidente ruso, mientras se desarrollaron en Brasil las distintas reuniones entre los Brics, Unasur y la Celac. En sus discursos y diálogos con periodistas, se enfocó en condenar las actuales sanciones provistas por Washington y el G-7, mientras ofrecía opciones para ampliar el marco de cooperación e interacción con las naciones de América Latina. Particularmente estuvo haciendo referencia a la responsabilidad de los demás actores del sistema internacional involucrados en el conflicto con Ucrania y se quiso desligar de todo compromiso frente a la agudización del mismo, instando a respetar la institucionalidad. Además de esa posición, demostró ser un líder propicio para acompañar el proceso de paz que adelanta Colombia, “ayudando en lo que sea necesario”.

La contradicción evidenciada en las palabras y acciones del presidente ruso mientras desarrolló su actividad diplomática en América Latina no es algo tan fuera de lo común para la política internacional; incluso, podría resultarle favorable para atenuar las críticas recibidas luego del siniestro episodio del MH17. A pesar de ello, mientras no ajuste sus ideas y logre concordancia entre las mismas, la credibilidad del líder ruso seguirá por unos niveles mínimos que el poder de Washington y demás miembros del G-7 arremeterán sin dar tregua.

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