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Analistas 23/08/2012

Petraxis

Marc Hofstetter
Profesor de la Universidad de los Andes
La República Más
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Esta semana hubo un conato de paro de taxistas en Bogotá. Mientras escribo estas líneas el anunciado paro no parece haber cuajado, pero el descontento entre los taxistas continúa. Los medios reportaron que el gremio tenía dos peticiones encabezando su pliego. La primera, una de vieja data; control a la piratería. Según la queja, en Bogotá siguen circulando taxis piratas que afectan las finanzas y posiblemente la reputación del sector legal. La petición es razonable y  las autoridades deben tener una política de control permanente del asunto. Pero a menos que haya evidencia de que esto ha empeorado recientemente, no amerita un paro.

La segunda razón es la que desató la intentona de marras. El reciente cambio en la restricción vehicular-el famoso pico y placa-que facilitó el uso del carro particular entre las 8:30 am y las 3 pm ha reducido la demanda por taxis en esos horarios. Mi evidencia anecdótica confirma la aseveración. Por un lado, conseguir taxi era hasta hace poco una pesadilla en ciertos sectores de la ciudad; ahora, es posible hacerlo sin tanto sufrimiento. Además, los conductores con los que he hablado en los últimos días afirman que desde julio los servicios se han desplomado. Que la demanda por servicios de taxi ha caído no parece estar en discusión.

La pregunta es cómo solucionar el problema, si es que requiere solución. El gremio de los taxistas, o al menos un parte de este, exige volver a la restricción vehicular de todo el día. La petición es inaudita, inaceptable; ¡prohibir la venta de peras para que al productor de manzanas le vaya bien!

La solución va por otro lado. La realidad es que a la ciudad le sobran taxis. Tan es así que el 20% de estos tiene pico y placa cada día. Pero esa restricción no es suficiente. Según datos oficiales, en Bogotá circulan cerca de 50.000 taxis. Como lo mencioné en una columna anterior, ciudades de tamaño similar a Bogotá funcionan con menos taxis. Por ejemplo, en Chicago, que tiene 10 millones de habitantes, operan 10.000 taxis, la quinta parte de los que tenemos en Bogotá.

¿Cómo hacer políticamente viable un proceso en el que la ciudad ajuste paulatinamente el número de taxis al nivel óptimo que es claramente menor al que hay hoy en día? La administración tiene en sus manos la clave para emprender ese proceso: el precio por carrera. En efecto, el servicio de taxis en Bogotá-según el libro reciente “Taxi! El modo olvidado de la movilidad en Bogotá”-es para estándares internacionales muy barato. Por ejemplo, controlando por el poder adquisitivo relativo, las carreras en taxis bogotanos cuestan menos de la mitad de lo que valen en Rio de Janeiro o en Santiago de Chile.

Así, la tarea para la alcaldía es estudiar una transición hacia tarifas más altas que permitan paralelamente reducir la flota de taxis. Esa combinación-menos taxis pero más caros- dejaría los ingresos del gremio inalterados y haría viable la estrategia desde el punto de vista político.

El resultado sería menos trancón, menos contaminación y más uso del transporte masivo. Y si alguno cree que el efecto de esta medida sobre el trancón es nimio, piense en el siguiente dato. Si en lugar de tener 50.000 taxis tuviéramos 10.000, como en Chicago, nos ahorraríamos una fila de 200 kilómetros de carros. De ese tamaño es el trancón de 40.000 taxis parqueados uno detrás del otro.

Twitter: @mahofste

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