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Analistas 28/11/2015

Mi encuentro con un exguerrillero

Analista LR
La República Más
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Esta semana conocí, por primera vez, a un excombatiente de las Farc. Nunca me había interesado en ello pues para mí esa sigla incita a los peores adjetivos. Buscando empoderar el “ángel” de la empatía del que habla Pinker, conocí a ‘Jeison’.

Al verlo llegar y saber que era desmovilizado, experimenté algo raro. No sé bien si por temor, ansiedad o simple curiosidad, pero sentí que él era diferente a los demás. Para quienes hemos vivido esta guerra por tantos años, todo lo relacionado con el rótulo Farc nos despierta una mezcla de sentimientos no necesariamente agradables.

Ingresé junto a ‘Jeison’ al salón donde lo estaban esperando y, sin excepción, todos los presentes rápidamente voltearon sus miradas hacía él e hicieron silencio. Sentía ansiedad por lo que diría, pero, aún más, por la manera cómo yo reaccionaría y me sentiría. Teníamos enfrente al enemigo. 

Pero el enemigo no era como me lo imaginaba. Era un muchacho costeño, humilde, con un tono de voz suave y una sonrisa recurrente. Empezó a contar su historia: la falta de oportunidades, las amenazas de los paras, su ingreso a la guerrilla, su deserción y su reintegración a la vida civil. 

Una historia muy parecida a muchas que he leído. La diferencia, obvia pero crítica, fue que por primera vez estaba al lado de un guerrillero. Este no era un animal; era una persona que podría ser considerada una víctima de la guerrilla, con fallas, pero ¿quién no las tiene?

Mientras contaba, con lágrimas en los ojos, cómo durante una emboscada cargó los pedazos de un compañero de 12 años y lo vio morir en sus brazos, sentí lástima. Simultáneamente, me llegaban recuerdos de los daños que ese grupo insurgente le ha causado a nuestro país; pensaba en los niños que han matado sus armas. Tenía sentimientos encontrados. Pero estos se fueron desvaneciendo. 

Siento que me tocó un caso fácil. ‘Jeison’ era un guerrillero raso. Seguía órdenes, si no las cumplía iba a consejo de guerra. Se nota que es una persona con buen corazón. Fue honesto conmigo cuando lo abordé con varias preguntas. Me confesó que su frente no era ideológico y que parecía más uno de delincuentes comunes o un bloque paramilitar. 

Me dijo que hay muchos en la guerrilla que aprovechan su poder para maltratar campesinos, violar mujeres y hacerse ricos y que estos deben ser castigados para “dar ejemplo”. No está de acuerdo con curules directas para las Farc. Estas posturas concuerdan con las de sectores políticos que rechazan las actuales condiciones pactadas en el proceso de paz. 

A pesar de esto, al final, me hizo una reflexión desde la otra orilla, no como excombatiente sino como víctima de la guerrilla. Su mujer, también desmovilizada, fue violada en múltiples ocasiones por otro guerrillero. Pero, a pesar de esto, él entiende que el fin último es la “no repetición”; que esas tragedias no le vuelvan a pasar a nadie. Para él, vengarse del violador es secundario ante esa meta, así le toque “tragar sapos”.

Mi posición frente a las Farc no cambió pero sí, por primera vez, pasó de ser un imaginario a una persona de carne y hueso. Se humanizó el “enemigo”. De lo que sí quedé convencido es que no siento odio contra los miles de ‘Jeison’, guerrilleros rasos, que seguían órdenes.  

Lo que aún no puedo predecir es cómo reaccionaría al estar frente a sanguinarios como alias “Karina”, pero que siguen sueltos ¿Cuántos sapos estaré dispuesto a tragarme? Ya veremos. No obstante, siento que haber conocido a ‘Jeison’ es haber dado el primer paso para emprender el camino hacia la paz. En este momento coyuntural, todos deberíamos darlo.

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