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sábado, 25 de abril de 2015

Distingamos: la Bogotá de los emprendedores, de los banqueros, de los empresarios, de los constructores, de los micro y miniempresarios, de todos aquellos que se rompen diariamente el lomo para generar riqueza, impuestos y empleo,- todo lo mal visto desde la izquierda-, está empujando, creciendo, soñando, alcanzando logros: nuevos hoteles, centros comerciales, negocios, micro, pequeñas y medianas empresas, edificios de oficinas y apartamentos, ideas de negocios; todas esas iniciativas que a pesar de generar empleo, impuestos y riqueza apestan para algunos funcionarios de la alcaldía, pero contribuyen a que muchos de los “proletarios” a quienes el alcalde dice defender, tengan ingresos, puedan gozar de unas vacaciones, ir a un cine, comprarse una moto; en otras palabras, ir haciendo realidad el derecho a crecer, a ascender, a enriquecerse. Porque no me digan que no; que no hay quien aspire a mejorar, a ganar más, a superarse y a superar a los demás: es lo que podríamos llamar el “inalienable derecho a la prosperidad individual” y a la vez el derecho de la sociedad a ser próspera por el enriquecimiento de una cada vez mayor número de sus miembros. Esa ciudad, sembrada también y por sobre todo de pequeños emprendedores, de micro empresarios (desde el vendedor de arepas con huevos revueltos en una esquina) hasta el más respingado de los banqueros, esa ciudad digo, vibra cada día y demuestra unas ganas enormes  por luchar, dejar atrás la pobreza, las privaciones; por hacer realidad para cada uno de ellos y sus familias derechos que de no mediar la riqueza se quedan en el papel: salud, prosperidad, propiedad privada, educación universitaria, calidad de vida. 

Cada familia que logra tener recursos para pagar la educación privada de sus hijos libera valiosos cupos en el sistema público para que otros puedan acceder a ellos; igual ocurre con el siempre agónico y deficitario sistema de salud cada que alguien se afilia a una prepagada. Es una forma indirecta de generar riqueza.

Esa Bogotá pujante que está llena de sueños, esperanzas, y anhelos que a fuerza de luchar se hacen realidad, que se nota en la congestión de sus calles, en los millones de trabajadores que al finalizar la jornada laboral abarrotan los cientos de instituciones de educación superior para hacerse a unos conocimientos y a un título que les permitirá llegar más lejos, esa ciudad está llena de vida. La otra, la de la alcaldía, la de las basuras, los huecos, la inseguridad, los discursos y más discursos, la de la corrupción, de las torpes decisiones en tantas áreas, está agonizando, boquea asfixiada por la estulticia de un alcalde que está mucho más lejos de la progresista izquierda chilena que ha puesto a ese país a un centímetro del nivel de los países desarrollados, que de la estúpida e ignorante izquierda venezolana que pudo acabar con ese país otrora inmensamente rico y que cada vez en mayor medida se convierte en el referente para los izquierdas colombianos.

Lo importante es que todos tengamos derecho a hacer realidad en esta ciudad nuestros derechos; que podamos sentir que, al igual que ocurre en la siempre añorada Medellín, la alcaldía nos genera las condiciones para crecer social y económicamente; que cada vendedor ambulante pueda soñar con ser microempresario y no un rehén de una pobreza crónica forzada que es la que más sirve a ciertos políticos para asegurar sus votos en la próxima elección; que cada empleado tenga derecho a una verdadera movilidad en un sistema de transporte inteligentemente estructurado y operado, que le haga efectivo el derecho a una mejor calidad de vida al permitirle llegar rápidamente del trabajo al lugar de estudio y de ahí a su hogar sin necesidad de convertirse en el eterno ocupante de unos buses cuyas rutas nadie sabe con qué criterio programan; una ciudad en donde los derechos de los empresarios  -minúsculos, micros, pequeños, medianos y absolutamente grandes- sean tan válidos como los de cualquier otra persona y que haga de la Alianzas Público Privadas la herramienta privilegiada para generar condiciones de progreso.

Si claudicamos, si dejamos de soñar con que es posible conseguir estos sueños, como en otras ciudades, entonces habremos renunciado de tajo a todos los demás derechos.

Hasta la vista