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ANALISTAS

La banca central: nuevos desafíos, nuevas respuestas

martes, 14 de octubre de 2014
La República Más
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Constituye para mí un privilegio singular poder dirigirme a ustedes en este acto de instalación de la XXIII Convención Internacional de Seguros. Pocas son las ocasiones tan propicias como esta para tocar algunos de los temas más relevantes sobre el estado actual de la economía y la política monetaria adelantada por nuestro banco central, cuyos contornos constituyen sin duda un motivo del más alto interés para la industria aseguradora de la Nación que ustedes representan.

Permítanme entonces hacer una breve referencia al origen y la naturaleza de las crisis financieras, en particular de la más reciente, cuyas terribles secuelas aún padece la generalidad del mundo; a las lecciones que nos deja y a los nuevos desafíos de los bancos centrales en materia de regulación macro-prudencial; a las claves del éxito de la política monetaria, o sea la contraciclicidad, la anticipación y la comunicación; y a los contextos externos e internos de la economía.

Origen y naturaleza de las crisis 
La era conocida como La Gran Moderación, que comenzó a principios de la década de los años 80, caracterizada por una notable reducción de la volatilidad del ciclo económico en las economías más avanzadas, y que llevó a no pocos analistas a afirmar, parodiando a Francis Fukuyama (1993), que la historia de su inestabilidad había terminado, quedó sepultada de manera abrupta y aparatosa por La Gran Contracción 2007-2009.

Semejante yerro, emanado de la teoría del ‘mercado eficiente’, fue puesto al descubierto por la seminal contribución a la historia de nuestras desdichas económicas de los profesores Keneth Rogoff y Carmen Reinhart en su libro “This time is different” (2009) - Esta vez es diferente -, título irónico que retrata el talante arrogante de quienes a lo largo del último siglo, hasta la quiebra de Lehman Brothers, llegaron a sostener que los economistas ya habíamos aprendido todas las lecciones, en particular los banqueros centrales, y que, por tanto, la historia no se repetiría.

La verdad es que la principal causa de las crisis financieras ha sido, y seguirá siendo, la excesiva exposición al riesgo, predominantemente durante los mal llamados ‘buenos tiempos’. Exposición que en los últimos años, a la par de la desregulación de los mercados de capitales, y la consiguiente multiplicación de intermediarios no bancarios - la denominada ´banca en la sombra`-, se había exacerbado por cuenta de las tan aplaudidas innovaciones financieras, principalmente en Estados Unidos, materializadas en el desarrollo de nuevos productos fundamentalmente orientados a dispersar los riesgos globalmente, y a aislarlos de los balances de los grandes bancos.

Este fenómeno amplió su capacidad de multiplicar el dinero en circulación por fuera del radar de las autoridades monetarias, y más allá de las fronteras norteamericanas, en especial a partir de las variadas modalidades de titularización de las carteras hipotecarias de más baja calidad (las hipotecas ´basura`o subprime), en cuya virtud se originó un enorme volumen de activos tóxicos. Ni más ni menos el hilo conductor que contagió de la misma al resto del mundo rico.

Como resultado, se desataron las más grandes burbujas y ‘manías’ en los mercados inmobiliario y de valores. El término ‘manías’ fue empleado con impecable maestría por el célebre profesor Charles Kindleberger (2005) para indicar la pérdida de contacto con la realidad, que, por la vía de los comportamientos de manada, terminan casi siempre convertidas en genuinas histerias colectivas. El reflejo de todo ello suele desembocar en el indomable desacoplamiento de los precios de tales activos con respecto de los niveles que serían coherentes con sus reales fundamentos económicos.

El ciclo ha sido recurrente a través de la historia, como también se suelen olvidar sus enseñanzas cada vez que se entra en una pausa apaciguadora de aparente tranquilidad. Durante el auge, los hogares y demás agentes económicos tienden a sobre endeudarse para invertir; cuanto más dure la euforia, los prestamistas asumen más riesgos, hasta el punto en que los ingresos generados por los activos adquiridos por los prestatarios dejan de ser suficientes para amortizar sus deudas; y los acreedores tienden entonces a exigir el pago inmediato de los préstamos, lo cual obliga a los deudores a desprenderse precipitadamente de sus activos, provocando el desplome de sus precios.

El episodio de Lehman Brothers hizo revivir la memoria y las enseñanzas de otro distinguido maestro, Hyman Minsky (2008), quien desde su trinchera académica y en distintos momentos durante las décadas de los años 70 y 80, al igual que Kindleberger, advertía al mundo sobre la condición de inestabilidad inherente a la esencia misma del sistema capitalista y, por ende, sobre la ineludible necesidad de intervenirlo a través de rigurosas herramientas reguladoras, precisamente con el fin de salvaguardarlo. Por encima de cualquier otra consideración, protegiendo a los consumidores de los servicios financieros; afianzando la confianza de depositantes y ahorradores en el sistema; velando por la eficiencia social del mismo; propiciando la competencia genuina entre sus agentes; evitando abusos derivados de posiciones dominantes en el mercado; y afianzando y preservando la credibilidad del público en la institucionalidad de la política monetaria, la regulación y la supervisión.

Sin duda, tanto Kindleberger como Minsky se anticiparon a lo que ahora se le ha dado el nombre de regulación macro-prudencial al servicio de una segunda responsabilidad nuclear de la banca central, además de la tradicional de velar por una inflación baja, estable y, en lo posible, predecible , cual es la de velar igualmente por otro tipo de estabilidad no menos relevante: la del sector financiero en su conjunto.

Por tal motivo, según las corrientes contemporáneas del pensamiento sobre la banca central, contrario a las prédicas de algunos gurús de los temas monetarios, al menos hasta la erupción de la crisis, como Alan Greenspan y Ben Bernanke, y demás defensores de la teoría del ‘mercado eficiente’, el comportamiento de los precios de los activos asimismo tiene que hacer parte de la órbita de las preocupaciones centrales de la autoridad monetaria, en virtud de su impacto sobre la solvencia y estabilidad del sistema financiero.

Regulación Macro-prudencial 
Otros analistas y observadores de la historia venían desde mucho antes advirtiéndolo. Como Charles Goodhart (2005), el sabio y emérito profesor de moneda y banca de la Escuela de Economía de Londres, quien ha sostenido que “en vez de distorsionar la utilización del instrumento de la tasa de interés para alcanzar un segundo objetivo, lo que se requiere es un segundo instrumento. El propósito de este segundo instrumento sería el mantenimiento de la estabilidad financiera sistémica…Es necesario introducir instrumentos que cuenten con características contracíclicas, los cuales puedan controlar el crecimiento de la cartera durante períodos de auge de los precios de los activos, y viceversa.” Ese segundo instrumento no es otro que la regulación.

El mensaje es claro. Si al banco central se le confía la responsabilidad de velar por la estabilidad financiera, incluyendo la prevención de burbujas, entonces debe contar con la facultad de regulación, en especial del canal del crédito. Pero para ello, a su vez, tiene que contar con la garantía de poder acceder de forma directa a la información suficiente y oportuna sobre el sistema financiero, no hay mejor camino que la supervisión.

Adicionalmente, la falta de independencia y autonomía de las entidades de regulación y supervisión del sistema financiero ha constituido un motivo de gran preocupación señalado por el Financial Sector Assesment Program, un programa conjunto del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial emprendido en 1999 bajo la inspiración de los 25 principios básicos de la regulación y la supervisión bancaria de Basilea.

De otra parte, Frederick Mishkin (2006), quien fue miembro de la Junta de gobernadores de la FED, fue aún más contundente al afirmar que la más frecuente fuente de vulnerabilidad de las instituciones de regulación y supervisión ha sido la tendencia de grupos particulares de interés  (incluidos los propios agentes financieros y conglomerados económicos, además de las burocracias gubernamentales), de influir o ‘capturar’ o inclusive, agrego yo, de hacer destituir a quienes se hallan a cargo de las mismas.

Así las cosas, a fin de poder ser efectivo y eficiente en el cumplimiento de su rol, el banco central debería ser, además de autoridad monetaria, el órgano regulador del sistema financiero.

Antes de la crisis, Barth, Caprio y Levine (2006) examinaron el papel de supervisión de los bancos centrales en 153 países, y encontraron que en 69 casos el banco central constituye el único órgano regulador y supervisor del sistema financiero.

En la región Asia / Pacífico, lo mismo sucede en 24 de sus 31 países, entre los cuales cabe destacar a Malasia, Hong Kong, India, Israel, Nueva Zelanda y Singapur.

En cuanto se refiere a Gran Bretaña, hasta 1997 el Banco de Inglaterra ejercía directamente el papel regulador y supervisor. Pero en ese año, al tiempo que adquiría su independencia frente al gobierno, se le trasladó esa responsabilidad a una nueva entidad, la Autoridad de Servicios Financieros (FSA, por su sigla en inglés), dependiente del Ministerio del Tesoro. Sin embargo, tan pronto asumieron sus funciones de gobierno el primer ministro David Cameron y el ministro del Tesoro George Osborne, la separación se eliminó, y dicha órbita regresó al banco central tras un agitado debate a raíz del colapso de uno de sus principales bancos comerciales, el Northern Rock, que aquel no estuvo en capacidad de prever y por ende de evitar, por no haber contado oportunamente con la información suficiente sobre el estado del sector financiero debido a su carencia de funciones en materia de regulación y supervisión.

Más recientemente, Martin Wolf, el columnista principal y economista jefe del diario Financial Times, en un fascinante libro que salió a la circulación el mes anterior bajo el título “The Shifts and the Shocks” (2014) - Los cambios y los choques -, probablemente el texto más exhaustivo entre cuantos se han escrito acerca de la crisis, vuelve sobre el asunto y remata sosteniendo que “la idea de que la estabilización de la inflación era una condición suficiente para la estabilidad económica ha resultado grotescamente equivocada”. Que la tarea de los bancos centrales se quedaría corta en los tiempos que corren si estos no encaran con toda determinación su otra función nuclear, la estabilidad del sistema financiero, yendo mucho más allá de su tradicional condición de prestamistas de última instancia, mediante el ejercicio de la política macro-prudencial, elemento consustancial de la monetaria. Y que, “dada la estrecha conexión entre la política macro-prudencial y la política monetaria, la responsabilidad debe descansar en el banco central, en combinación con los reguladores prudenciales.”

En el caso de Colombia, el profesor Lauchlin Currie, canadiense y nacionalizado colombiano en 1958, uno de los más destacados economistas que contribuyeron al diseño del New Deal de Franklin Delano Roosevelt en el siglo anterior, y profundo conocedor de la economía colombiana hasta su fallecimiento en diciembre de 1993, propuso hace más de medio siglo confiarle al banco central la supervisión: “Otra reforma conveniente consistiría en encargar a un nuevo departamento del Banco de la República de la supervigilancia de los bancos comerciales. Parece que hoy existe una completa falta de coordinación entre la Superintendencia Bancaria y el Banco de la República. No obstante, el Banco Central tiene un interés directo  en ejercer determinada política sobre dichos establecimientos y en mantenerse informado en cuanto a la medida en que realmente se lleva a cabo dicha política. Hoy en día no existe razón que justifique la separación del control del crédito de la supervigilancia de los bancos. Colombia ha seguido durante mucho tiempo por el camino de la política de fragmentar y dispersar los negocios públicos colocándolos en cabeza de numerosas entidades. El resultado final, considerado en su conjunto, no ha sido satisfactorio. Parece que ha llegado el momento de enrumbarse por la política opuesta…” (Currie 1951). Posteriormente, hace apenas una docena de años, la Misión Alesina, nombre con el que se conoce al grupo de expertos que adelantó uno de los más importantes trabajos sobre la modernización del sector financiero colombiano después de la crisis de finales de la década de los años 90, concluyó que “nuestro criterio es que el banco central es la alternativa superior como agencia supervisora…”

El banco central debería ser responsable de la supervisión de los sectores bancario y financiero por tres razones. La primera es que es menos probable que la industria ‘capture’ al banco si éste realiza la supervisión.

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