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viernes, 19 de septiembre de 2014

El asunto arranca en los laboratorios de la Nasa. Resulta curioso tener que dar esa vuelta para entender mejor el quid de la cuestión, pero es una forma amena de explicarlo. La mayor dificultad para que un cohete viaje de la tierra a un cuerpo celeste lejano, radica en la necesidad de contar con una cantidad tan grande de combustible para el viaje, que haría tan pesado el cohete, que lo consumiría casi todo en el despegue. El combustible se vuelve el peor lastre. ¿Qué hacer para superar la paradoja? Bueno, lo que concibieron los científicos de la Nasa fue valerse de la fuerza centrífuga para sacar el cohete de la órbita terrestre es impulsarlo en dirección a la órbita de ese otro cuerpo celeste al que aspiran a llegar. Pero la fuerza centrífuga, que es la muchacha simpática de nuestra historia, tiene una hermana muy antipática y egoísta, la fuerza centrípeta, que insiste en no dejarnos salir y nos empuja en dirección a la tierra. Como ya se habrán dado cuenta, esta fuerza es íntima amiga de la fuerza de gravedad y ambas se asocian para impedirnos la conquista de otros mundos. Visto de otro modo, el hecho de tener consciencia de la importancia y capacidad de estas dos fuerzas es lo que nos ha obligado a aprender a valorar y a valernos de la simpática fuerza centrífuga, para explorar nuestro sistema solar.

¿Qué puede hacer entonces el empresario que desea insertarse o consolidarse en esos mercados globales exigentes, en los cuales temas como el laboral tienen un impacto cada vez mayor en la decisión de compra? Pues tomar consciencia de aquellas situaciones que podríamos llamar propias de las fuerzas centrípetas y de gravedad que rondan su actividad empresarial, susceptibles de lastrar su posicionamiento internacional y valerse de la fuerza “centrífuga” para lograr salir de la órbita de los negocios locales. Es decir, robustecer su relacionamiento laboral colectivo en aquellas áreas críticas que la comunidad internacional de consumidores observa con mayor interés, como es el caso de los derechos fundamentales en el trabajo acuñados por la OIT en la Declaración de 1998, y hacerlo de un modo en que esa comunidad pueda apreciar el compromiso empresarial con los estándares internacionales relativos a tales derechos. La realidad tras esta afirmación radica en un nuevo paradigma de los negocios internacionales, cual es que las empresas hoy en día venden no solo bienes o servicios sino lo que yo llamo “confianza social”, que no es otra cosa que la forma ética en que dichos bienes y servicios han sido producidos.

Y así como le tocó a los ingenieros y científicos de la Nasa conocer muy bien estas fuerzas y sus interacciones, y diseñar las naves y las trayectorias apropiadas para salir de la órbita terrestre e internarse en el espacio, así mismo le toca ahora a las empresas conocer esos estándares internacionales en materia laboral, así como la forma práctica en que estos pueden convertirse en la fuerza centrífuga necesaria para robustecer su presencia en esos mercados globales exigentes.

Saben las empresas, por ejemplo, ¿cómo atender aquellas situaciones críticas del relacionamiento sindical basándose en dichos estándares, o cómo evitar conductas discriminatorias en el empleo y la ocupación?. No saberlo equivale a andar a ciegas por el mundo de la globalización.

Adoptar esta línea de conducta implica un cambio en los esquemas culturales de las compañías, empezando por el hecho de desmitificar los estándares laborales internacionales, conocerlos a profundidad y, producto de ese conocimiento, desarrollar y aplicar las herramientas prácticas apropiadas para hacer de ellos la fuerza centrífuga que fortalezca nuestra presencia en los mercados globales y, de paso, la aplicación de los derechos de la empresa. Es un proceso de toma de decisiones inteligentes que se traducirá en una mayor seguridad en los negocios, unos niveles más altos de blindaje ante posibles acciones contra la empresa (denuncias nacionales o internacionales, boicots, etc.) y una más plena aplicación de los derechos tanto de los trabajadores como de la empresa. No es un proceso fácil, pero ¿quién ha dicho que ser empresario es cosa de coser y cantar?

Hasta la vista.