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miércoles, 11 de junio de 2014

Al seguirlas muy de cerca, tengo una serie de reflexiones para la segunda vuelta que podrían ayudar al elector frente a un entorno cada vez más confuso, particularmente por la ventisca generada alrededor de una campaña, que con todos sus distintos matices, le significa al país la posibilidad de mantener su dinamismo económico en la región.

En primer lugar, está claro que la zozobra producida por las encuestas, que son apoyo fundamental para definir las estrategias de marketing político, no permitió tener en cuenta la migración de indecisos, abstencionistas crónicos y la gran polarización política del país.  Fueron categóricamente equivocadas.  En segundo lugar, me parece absolutamente necesaria la participación de los candidatos en debates para tratar los temas más controvertidos.  A pesar de que algunos si los promovieron, han debido ser considerados por todos como parte de un proceso de elección de facto.  Es por eso que están dirigidos principalmente a los votantes indecisos; a los que tienden a no ser parciales con ninguna ideología o partido político.  Sin embargo, no se realizaron sino tarde en el ciclo electoral, y solo en una primera ocasión, dos días antes de la primera vuelta (25 de mayo), estuvieron presentes los cinco candidatos en un debate televisado con gran sintonía, que fue lamentable por su formato y por la parcialidad de su moderador.  Es posible que muchos de los espectadores, al final se hayan inclinado hacia el abstencionismo, por el desdén frente a los temas importantes y la ausencia de programas.     

La literatura de la primera guerra mundial nos ha enseñado que la guerra y la paz tienen componentes emocionales, intelectuales y de empatía intensa.  Recuerdo que mi profesor de universidad, Robert Dow, decía que la guerra no es una clase de historia, sino una clase de literatura.  La comunicación publicitaria fue equivocada, fomentó la intolerancia con mensajes que ahondaron la polarización entre quienes supuestamente quieren o no guerra, y crearon una división entre militares y civiles y entre distintos estratos socioeconómicos.  

La guerra cambia nuestra realidad.  En vez de humanizarla, sobre todo para aquellos que han sacrificado todo por nuestro país, incluyendo a las madres con hijos en combate, caemos en la trampa de un mensaje contrario originado por un publicista sin la dimensión ética necesaria en un momento socio-histórico de crucial importancia.  Es por eso que se debe crear una publicidad socialmente más responsable.  Esto visto desde San Petersburgo, París o Barquisimeto, deja una lectura de desequilibrio en nuestras instituciones y debilita la promesa de una primera luz para reducir la desigualdad.    

Hay que dejar el orgullo y la vanidad de lado y recuperar la cordura en nuestro dialogo político.  Estos próximos cuatro años deben ser un ejemplo para las generaciones de jóvenes empresarios, que liderarán los cambios, y que mantienen la ilusión de trabajar su futuro en un país digno, tolerante e incluyente, sin la guerra intestina que nos ha tocado.  

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