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miércoles, 29 de abril de 2015

Existe una combinación de factores naturales, sociales y políticos que han puesto en aprietos a la actual administración chilena. 

Michelle Bachelet está pasando, tal vez, por el peor momento de su vida. No solo porque el país está enfrascado en una situación supremamente compleja, sino porque personalmente ha tenido que enfrentar asuntos familiares insospechados.

La figura de Bachelet para la reciente historia chilena había estado ligada con la transparencia y el buen manejo administrativo. No gratuitamente logró un reconocimiento tal en el ámbito doméstico y regional, que escaló con gran satisfacción a ocupar una posición relevante en el sistema de Naciones Unidas una vez terminó su primer periodo de gobierno en el país. 

Como se sabe, la actual presidenta chilena es hija de Alberto Bachelet Martínez, un general de la fuerza aérea apresado y torturado por el régimen de Pinochet, y fallecido en prisión el 12 de marzo de 1974. Ello ayudó a la Presidenta a consolidar su popularidad y a mantenerse en el top de las líderes de gobierno en la región.

Durante su primera administración (2006-2010), Bachelet tuvo la posibilidad de maniobrar en medio de un sistema internacional favorable a la exportación de commodities (a causa de los altos precios y niveles de demanda internacional por parte de los países industrializados) y supo preservar todo lo que estructuralmente le habían provisto hasta ese momento los gobiernos de la Concertación, posteriores a la dictadura. 

Socialmente el país se mantuvo adscrito a lo que los buenos resultados económicos facilitaron. A todas luces, la clase media se consolidó, mientras los menos favorecidos recibieron soporte constante por parte de las instituciones estatales. 

Estas acciones llevaron a que la Presidenta se convirtiera en el líder de máxima aprobación regional en toda la historia latinoamericana, con un 84% reportado por la encuestadora del grupo GFK de Chile.

Pero con la crisis financiera internacional quedó en evidencia que la fortaleza estructural del país no era tal. Las protestas emergieron, las élites expresaron su disgusto frente al sistema y la clase baja sintió los efectos de la contracción global. 

Desde los tiempos de Piñera el país ya se sentía diferente. John Carlin, periodista de El País, escribe que ahora en Chile “reina la desconfianza en el poder político y en las grandes empresas”. 

Y es que con tal nivel de suspicacia e incertidumbre, el hijo de la Presidenta siendo investigado por posibles casos de corrupción, las agresivas inundaciones del mes anterior que dejaron miles de damnificados, y un volcán que ahora se enfurece contra los chilenos, el panorama no puede ser menos alentador.

El país viene pasando por momentos difíciles desde toda perspectiva. Las frías cifras muestran descensos importantes en los indicadores macroeconómicos, por ejemplo. 

De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, existe un descenso en el volumen de capital ingresado por inversión extranjera directa, pasando de U$28.542 millones en 2012 a U$23.302 para el año anterior, y con tendencia a la baja. 

También en términos de flujos de comercio internacional, tanto las exportaciones como las importaciones se han reducido. 

Incluso, de acuerdo con las mismas instituciones multilaterales, el desempleo aumentó para 2014 (situándose en un 6,4%). El panorama es oscuro y, por lo pronto, Bachelet no ofrece soluciones.
 

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