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miércoles, 15 de febrero de 2017

Pero al hablar de educación no se trata solamente de un derecho sino del poder de una sociedad para generar oportunidades económicas y mejor calidad de vida a sus habitantes, también éstos derechos valiosísimos. No en vano el 92% de las multinacionales que operan en Colombia tienen su sede en Bogotá, pues en esta ciudad encuentran el recurso humano capacitado para responder plenamente a los retos que ellas demandan. Resulta fascinante el espectáculo al caer la tarde bogotana cuando cientos de miles de personas salen de sus trabajos y se dirigen apresuradamente a una de las 115 instituciones de educación superior que existen en la capital, para perfeccionar sus conocimientos en la insuperable cantidad de especializaciones, maestrías y doctorados que  ofrece Bogotá en comparación con otras ciudades del país, mejorando con ello su calidad de vida. Niveles cada vez más altos de formación de las personas generan, a su vez, nuevas oportunidades de negocios que contribuyen a la prosperidad de una creciente clase media que llena centros comerciales, adquiere automóviles de lujo, se hace miembro de clubes sociales e invierte en propiedad raíz y viajes. 

Bogotá pone alrededor del 25% del PIB nacional y permítanme discrepar respetuosamente de Nicanor Restrepo, quien en su último libro afirma, con un dejo muy propio del stablishment paisa, que Medellín es la locomotora de la economía nacional. Lejos está de serlo. Todo el departamento de Antioquia a duras penas pone entre el 12 o el 13 por ciento del PIB. La locomotora es, de lejos, Bogotá. 

Ni aun sumando los aportes del Valle del Cauca y Antioquia alcanzan a Bogotá (ni se diga Cundinamarca). Es el resultado de la educación y de la mentalidad abierta que caracterizan a Bogotá, ciudad que recibe a todos cuantos llegan a ella, personas naturales y jurídicas, en busca de mejorar sus horizontes económicos. Se quejaba recientemente un columnista de Portafolio, quien denominó acertadamente a Bogotá como “ciudad imperial”, que ello se debe a la centralización; solo en cierta medida tiene razón el columnista pues la razón de fondo que explica hoy en día el poderío económico de la capital es la educación y la actitud abierta y no discriminadora y, seguramente, una y otra van de la mano pues una sociedad con niveles cada vez más altos de formación, al parecer resulta ser más abierta en cuanto a su capacidad para aceptar personas procedentes de otras regiones que vienen a sumarse al progreso con sus conocimientos, sueños, energías e iniciativas. Por el contrario, déficits en educación podrían contribuir a afianzar absurdos estereotipos regionalistas -¿impulsados desde el stablishment?- que cierran las puertas a la migración y reducen con ello las posibilidades de crecimiento económico: quizás resulte muy llamativo escuchar que todos los habitantes de una ciudad hablan con el mismo acento, pero en el fondo ello es no solo lamentable sino inconveniente para la ciudad en donde se aprecie ese simpático fenómeno.

Sin lugar a dudas el país necesita un esfuerzo mucho mayor en materia de educación por parte de las principales capitales si quiere poner el acelerador al crecimiento económico.