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sábado, 13 de diciembre de 2014

La semana pasada y a pesar del desastre mayúsculo de la administración de Petro en la Capital colombiana, ya empezaba a generarse un rumor medio enfermizo sobre la posibilidad de que el exguerrillero pudiera lanzarse a la ya también deteriorada silla presidencial.

‘La política del amor’, como ha llamado Gustavo Petro a su exitosa campaña de relaciones públicas en la que todos amamos y extrañamos a su antecesor encarcelado Samuel Moreno, se ha encargado de incrementar sustancialmente los niveles de insolencia de los votantes resentidos y tercos que no reconocen que la capital atraviesa por el peor momento de su historia.

‘Bogotá Humana’, la Bogotá que demuestra su falta de afecto en el manoseo constante dentro de un Transmilenio, la Bogotá que justifica su cándida indolencia al colarse en sus sistemas de transporte, la Bogotá que mendiga interés a partir de la arrogancia infame de la ignorancia gubernamental, la Bogotá indolente, la Bogotá traidora, ahora quiere montarse en el bus nacional de la inoperancia, estableciendo campañas rastreras para contaminar al país con ese humor desteñido y propio del resentimiento del venido a más, de un acomplejado accidental que ocupa un espacio privilegiado en el país de los contrastes.

Por otro lado, la Bogotá educada, la Bogotá decente, la Bogotá alegre y aún esperanzada, la Bogotá que muchos queremos pero que infortunadamente no se pone de acuerdo a la hora de visitar las urnas, pasa por un momento de desasosiego al ver nuevamente que en las primeras encuestas para la próxima Alcaldía ya figura en la cabeza alguien de esa izquierda espeluznante que por lo general tiende a terminar en la cárcel. 

Colombia, tristemente se ha convertido en una país inmediatista que vive sus sucesos según el impacto mediático e histórico que tengan. Un abrazo en el mundial de fútbol; una lágrima de solidaridad cuando algunos hombres se pintan los labios para una campaña en contra del maltrato femenino; una marcha enardecida que grita “no más Farc”; camisetas, pancartas y arengas, se olvidan fácilmente cuando la noticia se disipa en la cotidianidad nacional que ya nos tiene acostumbrados a pasar entre escándalos diferentes.

¿En dónde está la continuidad?, ¿en dónde está el peso de la historia?, ¿Por qué nos creemos tan poca cosa para seguir repitiendo los mismos errores?. No es justo con el país y con las ciudades, que gobernantes semejantes al señor Gustavo Petro se perpetúen más de 1 minuto en algún cargo directivo que pretenda arreglar los problemas sociales de nuestras comunidades y peor aún que siga escalando en la serie política sin que exista alguna entidad con diligencia y autoridad absoluta para frenar los intereses suicidas de un sector de la ciudadanía que evidentemente debería mantenerse internado en reposo absoluto en algún pabellón psiquiátrico.

Nuestra nación, carente de una justicia firme que los ciudadanos venimos reclamando desde la época en que los abuelos de nuestros abuelos seguramente pensaban lo mismo que hoy planteamos desde estas líneas, no debe caer en el furor desmedido y estúpido de los desaciertos revolucionarios y acalorados sin fundamento de países que históricamente se han venido a menos. 

La naturaleza tarde o temprano, felizmente se porta muy sabia y oportuna y tiende a librarnos por sus propios medios de ‘pajaritos’ inservibles que solo han venido a este mundo a rebuznar sin fundamento en cuanto micrófono le pasen por el frente.

Colombia tiene una oportunidad y esa oportunidad de despertar es ahora. No más inoperancia, no más indolencia, no más corrientes populistas que solo contaminan y dañan. 

Tenemos que recuperar la Bogotá que todos queremos, tenemos sin duda, que librarla de las manos inoperantes de quienes quieren disfrazarla de pura paja.